Aprovechar un viaje en avión y pedir permiso para ver la cabina es un buen método para labrarse una carrera profesional en el sector de la aviación comercial. Al menos esto es lo que se desprende de un estudio del Colegio Oficial de Pilotos de la Aviación Comercial presentado esta mañana, y cuya conclusión más llamativa es que dos de cada tres pilotos de avión empezaron su andadura profesional siendo niños que viajaban en la clase turista y pidieron permiso para acceder a la cabina. Luego se quedaron en ella hasta afianzar su posición en la aerolínea.
«A los catorce años ya me vi capaz de despegar y aterrizar, me sabía todo el panel de control de memoria y los protocolos», comenta la piloto Rocío Berríos Ibáñez. Como muchos de sus compañeros, empezó a los siete años «con la curiosidad de una niña, que luego ya se transformó en ambición profesional». Berríos aprovecha para criticar «a las nuevas generaciones de niños, que ya directamente exigen ver la cabina sin el más mínimo decoro y preguntan cuánto se cobra». La actitud de los profesionales también es distinta: «ahora te viene un niño pidiendo entrar en la cabina y ya te pones a la defensiva, preguntándote si es otro de esos trepas que solo busca quitarte el puesto», admite la piloto.
El informe señala también que más del 60% de la tripulación de cabina está integrada por antiguos pasajeros que simplemente se ofrecieron a ayudar a otros viajeros a bajar las maletas de los compartimentos y se quedaron en el avión ejerciendo de forma profesional.
El dato más preocupante tiene que ver con el alcoholismo: «entras en el avión de niño, te llaman la atención esas botellitas pequeñas de licor y cuando te quieres dar cuenta has perdido el rumbo de tu propia vida, te echan de la aerolínea y acabas rondando el bar del aeropuerto como un juguete roto, alimentándote de restos de Toblerone gigante», señala un testimonio anónimo.