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Un viudo, incapaz de terminar las frases porque de estas cosas se encargaba su mujer

“La verdad es que me siento...", ha dicho

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«Ha sido una…», lamentaba ayer por la tarde Carmilo Zurbaraño, de 71 años y natural de Ávila, en el sepelio de su esposa Magdalena. El entorno del viudo asistía conmovido a la tristeza del hombre, que lo había sumido en un estado de confusión permanente a la cual atribuía todo el mundo el hecho de que Zurbaraño no fuera siquiera capaz de hablar de forma articulada. Más tarde, él mismo lograba hacerse entender y aclaraba que era su mujer la que le acababa las frases, y que ahora no sabía cómo hacerlo sin su ayuda. «Ella era la que…», repetía desconcertado, con la mirada perdida y la inocencia de un niño.

«La verdad es que me siento…», decía el viudo, y sus allegados, ya conscientes de lo que pasaba, agregaban «…un poco confundido». «Muchas gracias por…», añadía luego, y un coro de voces terminaba con «…el apoyo que me estáis dando».

La hija del viudo es quien se está encargando de ayudar al hombre a adaptarse a la nueva situación. Admite que lo más complicado es terminarle las frases que empiezan por «quiero…», especialmente en el mercado municipal, donde ambos han ido a hacer la compra de la semana este mediodía. «No es solo que no acabe la frase, es que ni siquiera sabe lo que quiere porque era ella la que se encargaba de aclarárselo. Se queda mudo frente a la pescadería y no sabe qué señalar, no sabe qué quiere comer, nunca se había tenido que ocupar de decidir este tipo de cosas», comenta.

«Soy…», dice el viudo, y su hija aguarda callada a que diga otra cosa distinta que ella misma pueda elaborar. «¿Quién es él? Sin mi madre, es la otra mitad de algo que ya no existe, una identidad a medio definir. Nunca se ocupó de cultivar una personalidad independiente y ahora se está dando cuenta de que es un inútil», señala su hija. «Pretende que yo haga ahora lo que hacía mi madre, pero tengo mi vida y la semana que viene no podré estar aquí para terminarle las frases, tengo un viaje de trabajo», añade preocupada.

«No tiene tanto que ver con la vejez como con la idea del hombre que es como un niño que no sabe hacer nada. Si hubiera buscado a una compañera de vida que no le hiciera de madre sino de amante, tal vez ahora no sería un niño sino un adulto capaz de hacerse cargo de sus cosas», sentencia la hija del viudo con dureza mientras él intenta replicar diciendo «pero, pero…». «Ni pero ni hostias», interrumpe ella, y entonces Zurbaraño se emociona al reconocer en su hija el carácter de la esposa a la que acaba de perder.

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