Con veinte años de retraso, y después de haber ido perdiendo a sus amigos gradualmente, convirtiéndose además en una persona a evitar en el trabajo, José Manuel Finestrells dijo ayer, en una cena con su familia, «pero dejemos de hablar de mí». La petición se hizo después de media hora de monólogo en la que el hombre habló sin interrupción de sus logros profesionales y personales, y dejó a todo el mundo atónito. «Nos quedamos en blanco, nunca habíamos tenido que decir nada cuando hablaba él, así que tras dos segundos de silencio siguió contándonos no sé qué», explica la hermana de Finestrells. «Perdimos la ventana de oportunidad que nos había abierto para expresarnos», confirma con pesar.
«Me da la sensación de que siempre hablo yo», comentó Finestrells frente al espejo durante una pausa que hizo para ir al baño. «Los demás están siempre muy callados. Me pregunto si estarán bien. Yo intento animarles hablándoles de mis cosas, qué más puedo hacer», argumentó mirando su reflejo en el espejo.
Para Finestrells, el ser humano es un enigma difícil de descifrar. «Crees que conoces a la gente, pero no sabes lo que les pasa por la cabeza, en realidad. Yo intento abrirme, ¿sabes? No sé por qué a la gente le cuesta tanto hacerlo», reflexionaba de nuevo frente a sus familiares, que incapaces de interrumpir su verborrea la habían reducido ya a un rumor de fondo al que apenas atendían.
Finestrells, que solo se relaciona con personas que no tienen otra opción, como los camareros o sus compañeros de oficina, está convencido de que el gran problema de la sociedad hoy en día es que la gente no escucha.