Eduardo Ocaña, piloto de Iberia, lleva volando ininterrumpidamente varios días porque, según dice, tiene miedo a no volar. La compañía ha tenido que solicitar ayuda urgente al ejército para repostar en el aire, pues el piloto es incapaz de tomar tierra. «Lo pienso y me pongo enfermo», dice.
Desde hace dos días, un equipo de terapeutas instalado en la torre de control del aeropuerto de Barajas intenta lidiar con la fobia del piloto, que está provocando pérdidas millonarias a la aerolínea. «Estamos familiarizados con el miedo a volar, pero el miedo a lo opuesto es poco habitual», admiten. Los pasajeros están al límite y algunos denuncian que su situación es «como la de La sociedad de la nieve pero sin accidente». Para colmo, varios de ellos tienen miedo a volar, aunque se les está pasando de puro agotamiento.
«Este tipo de fobias suele ser una manifestación irracional de otros miedos y creemos que, en el caso de Eduardo, hay un temor real a aterrizar y tener que afrontar una conversación con su pareja que quedó pendiente», señala la psicóloga Tamara Carrillo. «Desde arriba, sus problemas se hacen pequeños, pero con cada maniobra de aproximación a la pista la realidad cobra su verdadera dimensión y el piloto no se atreve a afrontarla», añade.
Las autoridades estudian la posibilidad de subir al avión a Chispi, el perrito de apoyo emocional del piloto, pero es una maniobra muy arriesgada que podría acabar con la vida del animal. «Y entonces ya sí que nos podemos olvidar de que Eduardo aterrice», dicen los expertos.
Al cierre de la edición, la madre del piloto ha anunciado que esta noche, para cenar, hay canelones de foie gras. Al llegarle la noticia al piloto, su avión ha puesto rumbo inmediato a la pista 18L/36R.