«Es la parte más dura de la fase inicial de cualquier startup emergente, la de activar rondas de inversión y encontrar business angels que confíen en tu business plan, compartan tu visión y se animen a aportar con unos euros o un cartón de vino». Con estas palabras explica el malagueño Sergio Iglesias Martín, que se define como entrepreneur, el proceso en el que se encuentra inmerso, y que le tiene durmiendo en la calle desde hace tres semanas. «Este es el garaje en el que nace mi proyecto», dice señalando con orgullo la entrada del parking en el que duerme a resguardo de la lluvia.
Explica el joven empresario que cuenta con un único socio capitalista, su abuela Matilde, que no tiene mayoría en el accionariado. «Aparte del táper de lentejas, me ofrecía 40 euros adicionales para ser socia mayoritaria, pero me negué. Es importante controlar la mayoría si se puede», comenta el directivo. Lo que sí ha aceptado es que su abuela ejerza de headhunter y le procure nuevos talents que no sean «malas compañías».
El entorno del emprendedor asegura que Iglesias es «lo que fuera del ámbito de los negocios se conoce como mendigo», y sus amigos consideran que «un baño de realidad» le vendría muy bien. «Y un baño a secas también», subrayan.
Iglesias, ajeno a las reticencias de los que «no tienen ni idea porque nunca han asumido la responsabilidad de llevar su propio negocio», considera que está «mejor que nunca». Su única queja es la falta de apoyo de la Administración. «Es increíble que, en vez de poner facilidades, el Estado te ponga las cosas difíciles y te obligue a ducharte si quieres acceder a determinadas ayudas», lamenta en referencia a su intento de conseguir un local propio para la nueva compañía donde pasar las noches cobijado bajo una manta.
El empresario aprovecha la atención mediática para solicitar «unas monedas» a quien se atreva a «apostar por el futuro», y recuerda que a cambio los accionistas recibirán «un NFT de los poemas que escribo por las noches en mi cuaderno» y que, según él, se revalorizarán en cuanto crezca la confianza de los mercados, y en concreto el Mercado Municipal de Bailén, donde aún le fían en la pescadería gracias a los contactos de su socia capitalista.
