Después de creer durante años que la culpa la tenían las llaves de su casa, Alejandro Folch Sánchez ha acabado concluyendo esta semana que, si al salir de cualquier establecimiento de El Corte Inglés dispara por sistema la alarma antirrobo, es porque fue uno de los 300.000 bebés robados en España entre 1936 y 1975. «Me robaron, yo pertenezco a esta casa, tengo sangre verde», asegura este hombre de 51 años, cansado de tener que dar explicaciones a los agentes de seguridad del centro comercial, muchos de los cuales ya lo conocen desde hace años. «Es el señor que pita, lo llamamos El Pito», confirma un empleado de El Corte Inglés de Castellana, en Madrid.
Su padre ya falleció, pero su madre, la supuestamente «no biológica», es incapaz de descartar que Alejandro fuese sustraído de El Corte Inglés. «Su padre tuvo una juventud complicada y rebelde, robaba muchas cosas de El Corte Inglés, jamones, vinilos, libros… puede que se llevara un bebé, yo no lo recuerdo pero es posible», dice la mujer.
Ahora, Alejandro quiere conocer al consejero delegado de El Corte Inglés y a toda la directiva de la empresa, a la que considera que pertenece. «Mientras El Corte Inglés no me reconozca como uno de sus productos, seguiré pitando. Aceptando lo ocurrido ganamos todos», dice mientras pasea por la juguetería del centro comercial, saludando a los muñecos a los que considera «mis hermanos».
A pesar de que ninguna de las 2.136 denuncias presentadas entre 2011 y 2019 prosperó debido a que los hechos habían prescrito, Alejandro cree en la «buena fe» de «los suyos», es decir, de los responsables del centro comercial. «Sé que no fui el único bebé robado, y muchos de los afectados oyen un pitido interior, aunque no sea el de El Corte Inglés. Un pitido que no se extinguirá hasta que se reconozcan y se reparen estos delitos del franquismo», señala.