Viendo lo sucedido en 2019 en el estadio de Cornellà-El Prat con Hugo Mallo y la mascota del Espanyol, las mujeres han asumido esta semana que ni disfrazadas de periquito y frente ante 40.000 espectadores, cien de ellos agentes de la autoridad, pueden librarse de los abusos sexuales. Aunque a priori estén trabajando en un espacio seguro, a campo abierto y ante miles de personas, las probabilidades de que les toquen los pechos siguen siendo muy altas.
Además de la posibilidad de que un desconocido pueda tocarles los pechos porque sí y después ponerse a jugar al fútbol como si nada, los comentarios del incidente en los diferentes medios digitales llevan a las mujeres a asumir que esto seguirá pasando porque la mayoría de los hombres no entiende la gravedad del asunto. De hecho, muchos creen que la verdadera víctima es el futbolista que magreó a la mujer disfrazada de mascota.
Ni siquiera una docena de cámaras grabando desde todos los ángulos pueden hacer que las mujeres se sientan seguras porque, incluso disponiendo de imágenes nítidas de la agresión, un altísimo porcentaje de la población va a seguir pensando que no ha pasado nada o que se está exagerando. Otros también justificarán el comportamiento del futbolista alegando que la víctima iba provocando al ir vestida de un pájaro tan sexy como es el periquito.
Gracias a esta acción, Hugo Mallo, hasta ahora un futbolista mediocre que había pasado por el fútbol sin pena ni gloria ganando cero títulos en su carrera, pasará a la historia como el primer futbolista en abusar sexualmente de un periquito, una hazaña deportiva que será recordada para siempre.