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Después de rociar durante años todas las estancias con ambientador, una mujer asume que no le gusta el olor de la realidad

"ES LA VIDA MISMA, QUE DA ASCO", SENTENCIA

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Esta mañana, plantada frente al lineal del supermercado y a punto de elegir una nueva variedad de ambientador después de más de quince años perfumando su casa con todo tipo de espráis de decenas de marcas distintas, Begoña Vallejo Catalina ha tenido una revelación: «Lo que odio no es el olor de la casa sino el olor de todo en general, o sea, de la realidad misma. Y con ambientador es imposible resolver ese problema porque la realidad siempre es más amplia, su olor se acaba imponiendo», comenta la mujer, que extiende su reflexión a su propio cuerpo, al que somete diariamente «a productos químicos que luchan en vano por negar mi condición de ser humano que huele a ser humano».

«Me da asco la vida. La huelo y me da arcadas. Pocas cosas se salvan, los olores mínimamente tolerables son aplastados por el hedor que envuelve el mundo», señala Vallejo con tristeza. Dice que muchos aprenden a sobrellevar la peste intentando fijar su atención en otras cosas, pero para Begoña esto es imposible. «Me asfixia el mal olor de todo, no me deja ni pensar», confiesa.

La mujer lamenta ahora haber recriminado a su marido y a sus hijos lo mal que huelen. «No les puedo culpar por estar vivos, es injusto. Aunque muertos olerían peor, así que me quedo corta cuando digo que me da asco la vida. Lo que me da asco es la materia en sí, las moléculas, los átomos, toda esta basura. No la soporto», dice.

«Acabaría con todo, pero saber que mi cuerpo sin vida empezaría a despedir vomitivos efluvios me horroriza. Estoy realmente atrapada», lamenta.

Hechas todas estas reflexiones, Begoña Vallejo ha elegido un ambientador clásico con olor a lavanda y se ha unido a la cola de la caja del supermercado intentando respirar por la boca para que no le llegara el tufo de la pescadería.

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