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Tras años de búsqueda interior y viajar a más de 50 países, un hombre encuentra la felicidad en una palmera de chocolate

EL RECUERDO DEL ÚLTIMO BOCADO LE ACOMPAÑARÁ EL RESTO DE SU VIDA

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Tras años de búsqueda interior y habiendo viajado a más de 50 países, Markus Gago Schwab, de 43 años, ha encontrado la felicidad en una palmera de chocolate. Inmerso en una exploración espiritual y metafísica durante toda su vida, forzándose a vivir diferentes experiencias con el fin de encontrar sentido y autorrealización, habiéndose gastado miles y miles de euros en todo tipo de vivencias, finalmente ha encontrado todo eso a cambio del euro con cincuenta que le ha costado la palmera.

Gago pasó dos años en un templo tibetano en el que no se podía hablar durante la mayor parte del tiempo, ha leído libros de todas las religiones, ha seguido diversos dogmas, se ha casado tres veces y ha tenido cinco hijos, pero nunca se ha sentido tan lleno como cuando se ha comido esta mañana la palmera de chocolate caminando por la calle. “La sensación de tenerla entera, por estrenar, a mi merced, eso sí que era la felicidad plena”, se sincera ante los medios. “Darle el primer mordisco, ver que cumplía e incluso superaba las expectativas, darte cuenta de que el camino no había hecho más que empezar…”, insiste aún extasiado.

Según testigos presenciales, este hombre, natural de Segovia, ha ido comiendo la palmera, adquirida en la Panadería Lourdes, con un ritmo tranquilo, pero sin pararse demasiado. “Era como si su boca y la palmera bailasen un vals, un vals del que solo él conocían los pasos”, reflexiona un vecino que lo vio pasar con la palmera por la calle. Al término de la experiencia, Markus se sintió saciado, la palmera estaba rica, crujiente, el chocolate tenía el punto perfecto de dulzura, y se la acabó en el momento perfecto; no habría querido más. “El recuerdo del último bocado me acompañará durante el resto de mi vida”, ha asegurado.

Ahora Markus es consciente de que serán muchas las personas que empezarán a ir a la Panadería Lourdes a pedir una palmera igual que la suya, pero no todos encontrarán la felicidad en ella porque la felicidad estaba en la que se comió él. “Era una palmera perfecta, aún estaba calentita, el tamaño era perfecto y era preciosa”, explica con pasión. “Esa palmera de chocolate era la viva imagen de Dios”, sentencia.

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