Parece que la ciencia está cada vez más cerca de desvelar el porqué de la existencia de gente a la que no le gusta el fútbol. Aunque siempre se ha creído que ese desapego respecto al deporte nacional tiene que ver con ciertas ínfulas relacionadas con el sentimiento de superioridad, un estudio de la Universidad de Navarra presentado esta semana ha revelado que los niños que reciben una media de seis balonazos diarios en el recreo acaban desarrollando una especie de fobia al deporte rey que se mantiene en la adultez.
Los expertos recomiendan evitar o reducir, en la medida de lo posible, los balonazos en los patios de los colegios. Para ello, sugieren que «los putos niños de los cojones que invaden todo el espacio del recreo y arrinconan al resto para dedicarse a este deporte, como si fuera la única puta actividad de ocio posible, dispongan de un recinto independiente, apartado del resto y convenientemente delimitado», en palabras de Marco Domínguez, psicólogo infantil con una cicatriz en la ceja.
Insiste Domínguez en la necesidad de dejar «que los alumnos interesados en otras opciones de esparcimiento sientan que en la sociedad hay también espacio para ellos, y no solo un espacio físico sino también mental, al margen de las putas conversaciones de mierda sobre tal o cual partido que no tienen el más mínimo interés para alguien que ve la vida como algo más que una puta pelota de mierda».
Entre sus recomendaciones, el informe incluye la de «reducir la presencia del fútbol en el entorno infantil para que el deporte se introduzca de forma más gradual y natural, evitando sobreexposiciones traumáticas». Según los expertos, «no es sano que un niño de diez años sepa qué es el Getafe».