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“Márchate, aquí no hay nada para ti”. 

Esto es lo primero que me dijo el bedel del Congreso cuando me presenté como Javi Ramos, reportero de El Mundo Today, y le dije que venía a pasar unos días al Grupo Mixto porque mis jefes me han encargado una crónica sobre el tema. El bedel me miró de arriba abajo, escupió en el suelo y me soltó esa advertencia. Luego me preguntó también si El Mundo Today era un diario “de esos fachas de ahora” y le dije que no.

“No es que sea un problema, ¿eh? Aquí entra todo el mundo”, me dijo. 

No solo tuve que convencerle de que mi diario era real, sino de que, efectivamente, quería ir a pasar unos días al Grupo Mixto, como los de Podemos. “Bueno, tú verás…”, me dijo después de señalarme una puerta estrecha y desearme buena suerte porque “la vas a necesitar”.

Caminé por pasillos sombríos y laberínticos, dejándome guiar por las indicaciones del bedel, que se limitó a decirme “sigue el olor a tabaco”. Al doblar una esquina, me encontré con una puerta destartalada en la que ponía “GRUPO MIXTO”. El hedor del lugar me golpeó de inmediato, una mezcla de humedad, tabaco rancio y desesperanza.

“Eh, muchachos, uno nuevo, pasa, pasa, pasa”, me dijo una mujer. 

El Grupo Mixto no es política, es una pocilga. Entre las sombras y el humo pude ver las siluetas de algunas personas. Las paredes, de un color indistinguible entre el gris y el marrón, estaban tapizadas con capas de roña que delataban años de decadencia y estaban adornadas por un cartel que reza “OTAN NO” y otro en el que se lee “¡Una década de concordia! ¡Viva la Constitución en su 10º aniversario!”. 

La estancia, a medio camino entre el despacho de un grupo político y la parte trasera de un bar de Ciudad Lineal, estaba llena de mesas resquebrajadas con algunas sillas ocupadas por figuras tristes. Tosí a causa del humo. “¿Cómo te llamas? Yo soy Antonia, pero todo el mundo me llama la Toñi Chica. ¿Hubo alguna vez una Toñi Grande? No lo sé, nunca la conocí. O quizá lo que hubo fue un Toñi Chico, jaja. No lo sé, no lo sé. ¿Cómo te llamas tú? ¿Eres de los nuevos de Podemos? Estuvieron aquí y, cuando vieron el humo, se largaron. Pasa, pasa, siéntate. ¿Quieres tomar algo? ¿Un cigarro? ¿Quieres un cigarro? Hay una máquina de tabaco ahí atrás. Aquí fuma todo el mundo. ¿No fumas? Ya lo harás, créeme. Es por el aburrimiento, al final quieres tener algo entre manos, ¿no? Es por tener algo que hacer. Cuenta, cuenta, ¿por qué estás aquí? ¿Qué has hecho? Todos los que estamos aquí hemos hecho algo para estar aquí”, me dijo la mujer, nerviosa. 

Según me explicó luego, soy el primer periodista que visita el Grupo Mixto desde 1993. En pocas horas, estas personas descastadas me han acogido como a uno de los suyos. Aquí me llaman el Nene. Nadie recuerda su nombre “de fuera” y todos tienen algún apodo cariñoso: la Toñi Chica, el Agachao (un diputado que lleva aquí desde el 23F), la Canaria, el Navarrico, el Farlopio… 

“Nosotros el hemiciclo no lo pisamos, tenemos unos muñecos que hicimos con ejemplares del BOE y saliva”, me dijo uno que se presentó como el Panocho. 

El Grupo Mixto es un refugio para todos aquellos diputados abandonados a la desesperanza, los que nadie quiere. El detritus de la democracia española. Pero aquí, en el Grupo Mixto, nadie te pregunta, nadie te juzga. Entre el humo, los trastos y la poca luz, no sabría decir cuántas personas hay aparcadas en este agujero infecto, y el hecho de que a muchas les falte una pierna o un brazo no ayuda a hacer el cómputo… 

Me fijé en sus rostros, en sus miradas perdidas mientras le sacaba información a Toñi la Chica. “Esos nuevos, esos de Podemos, no saben dónde se han metido, porque aquí hay que tener una madera especial que ellos no tienen… Tú, en cambio, sí que…”, me decía. 

En ese momento, entró un hombre tuerto arrastrando una bandeja de canapés a medio comer. “Chicos, chicos… ¡Hoy se comeee! He robado esta bandeja del grupo socialista. Me he colado y he podido pillar esto. También traigo tabaco”, ha dicho. Luego ha puesto la bandeja de canapés en medio y todos los diputados, de distintos colores políticos (algunos han olvidado hace mucho tiempo a qué partido pertenecen o por qué están ahí), han sido capaces de compartir el surtido de canapés rancios. Sin gritos, sin peleas, sin insultos, con la camaradería melancólica que incita el hecho de saber que ya no queda nada por ganar, pero tampoco nada que perder. 

Hoy, en el Grupo Mixto, se come.

Frío, pero se come.

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