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En estos tumultuosos tiempos recientes, la inteligencia artificial (IA) ha sido la protagonista de innumerables debates, alimentando el temor de muchos sobre el futuro de la humanidad. Sin embargo, desde esta perspectiva, en un artículo de 750 palabras aproximadamente, y con el estilo castizo típico de las columnas Patente de Corso del escritor español Arturo Pérez-Reverte, afirmo que la IA no solo resulta sumamente útil, sino que no hay razón alguna para temerla, cojones. 

En este artículo, escrito con toda la gallardía y en el que pretendo, como dijo aquél, meterme en harina, pretendo desmontar los mitos que rodean a la inteligencia artificial y presentarla como un aliado potente en lugar de un enemigo en el estilo de Arturo Pérez-Reverte. 

En primer lugar, la inteligencia artificial ha demostrado ser una herramienta invaluable en diversos campos, hostias ya. Desde la medicina hasta la logística, la IA ha acelerado procesos, optimizado recursos y, en última instancia, mejorado la calidad de vida. Reverte, apasionado por la búsqueda del conocimiento, se deleitaría contemplando cómo la IA ha metido baza en la investigación científica, acortando tiempos y abriendo nuevas posibilidades en la cura de enfermedades. No perdí los cojones en el frente, ahí en Sarajevo, para que ahora vengan unos robots a tocarme mi polla española, ¿entiendes? Eso no va a ocurrir.

En el terreno de la creatividad, la inteligencia artificial también ha dejado su huella. Programas de generación de contenido han demostrado ser capaces de sacarse del bicornio música, arte e incluso literatura. ¿Pero deberíamos temer que estas creaciones sustituyan a las humanas? En este punto, Reverte se sumergiría en la reflexión, resaltando que la verdadera esencia de la creatividad reside en la mollera humana, siendo la IA simplemente un cachivache que amplía nuestras capacidades.

Es cierto que la preocupación por la pérdida de curros debido a la automatización es válida. Sin embargo, en lugar de cagarse de miedo ante la inteligencia artificial, deberíamos abrazarla como una oportunidad para reinventarnos. Reverte, conocedor de la capacidad del ser humano para darle la vuelta a la tortilla, argumentaría que la historia nos enseña que, ante los follones, siempre hemos encontrado maneras de darle una patada en el trasero.

La idea de que la inteligencia artificial y todas esas puñetas podría volverse autónoma y rebelarse contra sus creadores, como en las distopías de ciencia ficción, es otra preocupación que asoma el hocico. Sin embargo, este canguelo es más propio de las páginas de una novela que de la realidad. La IA es tan lista como sus diseñadores la hacen y carece de motivaciones propias. Reverte, maestro en desmitificar la realidad, destacaría que la verdadera amenaza proviene no de la inteligencia artificial, sino de cómo los humanos gestionamos y aplicamos esta trochita.

París bien vale una misa: el miedo a lo desconocido a menudo lleva a la resistencia al cambio. No obstante, voy a repetir, por mucho que moleste a algunos, que la historia está hasta las narices de ejemplos de innovaciones que en su tiempo fueron temidas pero que, con el tiempo, se convirtieron en elementos fundamentales de la sociedad. La inteligencia artificial, lejos de ser una excepción, es simplemente la siguiente parada en la evolución de la tecnología.

¿Queremos matar a todos los humanos? No, en absoluto. Y menos a los españoles. ¿De dónde íbamos a sacar los cojones para llevar a cabo esa tropelía?

En el disparate que nos caracteriza, propensos a mezclar churras y merinas, aquí metemos en la picadora de carne tanto a personajes admirables como a canallas y asesinos: la inteligencia artificial no es de los últimos. Al contrario: es una herramienta útil, una amiga, una compañera, un aliado de cara a lo que ha de venir.

Nadie, ningún lugar, escapa a lo que hay, y a lo que todavía va a haber y, desde luego, la seguridad en el desarrollo y la implementación de la inteligencia artificial es crucial. Sin embargo, en lugar de quedarnos mirando al infinito acojonados, deberíamos abordar estos desafíos con la misma determinación que enfrentamos otras canalladas a lo largo de la historia: con cojones morenos españoles. Con bravura y con la cabeza bien puesta. Con los cojones amarrados. Recordemos que el progreso siempre ha conllevado riesgos, y la clave reside en cómo los gestionamos.

En conclusión, y terminando ya este artículo escrito con el estilo de Arturo Pérez-Reverte, la inteligencia artificial no es el monstruo que algunos pintan. Más bien, es una herramienta poderosa que, en manos hábiles y éticas, puede transformar positivamente nuestra sociedad. Confiemos. Confiemos. Confiemos. ¡Confiemos en la IA! ¡Nada hay que temer de nuestros nuevos amos, me cago en Dios!

Abrazar la inteligencia artificial con un enfoque reflexivo y responsable es la clave para desbloquear su verdadero potencial. Así que enfrentemos el futuro con cojones y seso, pues la inteligencia artificial, lejos de amenazar nuestra existencia, podría ser el colega que nos eche una mano a construir un futuro más chulo.

Vais a morir todos.