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Una queja en el libro de reclamaciones de un bar se convierte en una reflexión en primera persona sobre la angustia crónica del ser humano arrojado a una existencia sin propósitos ni certidumbres

EL PROPIO DUEÑO DEL LOCAL ADMITE QUE EL TEXTO LE HA "TOCADO LA PATATA"

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Un cliente insatisfecho del bar «Pirolas» del barrio de Sants, en Barcelona, pidió ayer por la tarde el libro de reclamaciones del establecimiento y, aunque su intención era denunciar el trato deplorable recibido por los camareros y el dueño del local, finalmente volcó todas sus angustias en un texto de más de cuarenta páginas de extensión que constituye, según varios expertos, «una pieza de notable hondura que actualiza el existencialismo clásico sin renunciar al lirismo, con párrafos de sorprendente calidad literaria y reseñable erudición».

El comensal, Óscar D. Rubio, quería protestar porque los camareros le ignoraban sistemáticamente y, cuando perdió la paciencia y se quejó «sin perder las formas», recibió de vuelta «la mirada represora y alienante del otro». La descripción del momento en el que la agresividad del personal del bar se cierne sobre él «como un espeso y viscoso manto» deriva pronto hacia la construcción de un corpus ético genuino que toma como punto de partida la teoría política de Thomas Hobbes y el existencialismo de Sartre y Camus, pero incorporando al mismo tiempo un retrato cercano a Lipovetsky donde el ser humano aparece como «sujeto tecnologizado y sometido más que nunca a la represión, entendida no únicamente como concepto asociado al poder político y religioso, sino como una permanente claudicación frente a las dinámicas de consumo que centrifugan frustraciones propias y ajenas, creando un caldo de cultivo cuyo primer hervor cristaliza en el desprecio mutuo entre semejantes y en el enfrentamiento perpetuo, situación que, en su plasmación fáctica, acaba carcomiendo los cimientos de lo que entendemos por civilización y nos arroja implacable a un mar de incertidumbres y tormentos».

El cliente agraviado considera que «no hay reparación posible para el agresor ni para el agredido, víctimas ambos del mismo mal, y el abrazo conciliador que perseguiría cualquier sujeto moral que creyera en la concordia entre iguales no sería más que una farsa anestésica, una tregua momentánea en una lucha perdida de antemano contra la maquinaria de la sinrazón nacida del propio ingenio humano, capaz de sistematizar la barbarie, desde el Holocausto judío a las croquetas de bacalao del bar Pirolas, frías e insípidas como la misma muerte».

Josele Camuñas, gerente del local, empezó a leer las anotaciones del cliente y, aunque tuvo que parar varias veces para pedir aclaraciones, acabó llorando a moco tendido y confesó que la queja le había «tocado la patata».

El libro de reclamaciones del bar «Pirolas» de Sants se encuentra en estos momentos custodiado en la biblioteca de la facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona.

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