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Tras un año de terapia de pareja, concluyen que lo que ocurre es que el Satisfyer está sin batería

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La experta en terapia conyugal Candela Herrera nos recibe en su consulta situada en el centro de Reus, en la provincia de Tarragona. Cada día, se sientan en el sofá de su despacho matrimonios que pasan por una mala racha, o que están al borde de la ruptura. Es el caso de Juana V. y Ramiro S., pacientes suyos desde hace un año y a los que hoy dará el alta. Herrera se acomoda en su butaca y saborea este pequeño triunfo. «No siempre sale bien», admite.

¿Cuál era el problema de Juana y Ramiro?

Raramente es una sola cosa. Suele ser una constelación de dificultades. En su caso, tras mucho desbrozar, llegas al núcleo del desencuentro. Su relación se había quedado sin batería.

A veces es inevitable el agotamiento.

No lo digo en sentido figurado. El Satisfyer empezó a perder energía. No se paró de golpe, la fuerza decreció gradualmente y eso es traicionero, porque las pequeñas grietas pueden ser más destructivas que un gran desencuentro puntual y focalizado que puede atajarse de raíz.

¿No se dieron cuenta?

Inconscientemente sí, pero no eran capaces de sacar el tema, preferían pensar que la culpa era suya y no del aparato.

Pero podían haberlo cargado.

Para cargar el Satisfyer primero tienes que admitir que hay un problema. Ellos prefirieron hacer como si nada. La falta de frontalidad para con uno mismo, cuando afecta a las dos partes, se convierte en un problema serio. Primero se culpan a sí mismos, luego sienten frustración y luego ira, y cargan contra la pareja. Se degrada la relación y el ruido les distrae de lo importante, que es ese Satisfyer que ya no da placer porque no tiene pila.

¿Cómo lograron identificar el problema?

Con la habilidad que se me supone, como profesional de esto. Descartamos el trabajo, los hijos, la familia… entramos a analizar cómo se relacionaban físicamente. No se relacionaban en absoluto. Juana se quejó de que ni siquiera podía darse placer a solas, pues había perdido el cargador del Satisfyer. Eso fue un punto de inflexión en la terapia, aunque ellos no se dieron cuenta en el momento. Me disculpé, me fui a la habitación y regresé a la consulta con un cargador compatible. Al verlo, ambos rompieron a llorar. Habíamos levantado la alfombra.

¿Son frecuentes esas revelaciones inesperadas?

No tanto. El inconsciente es capaz de tapar mucho. Otro paciente con el que estuve dos años acudió a mí porque se sentía triste. Finalmente desenterramos su pasado y me contó que su padre había muerto frente a él, decapitado por un ventilador de techo. Su cuerpo rebozó las paredes de la habitación, tapando el gotelé. Y fíjese que fue entonces cuando decidió ir a terapia, pero sin relacionar ambos eventos, porque esas cosas no afloran hasta que salen en plena sesión. Atamos cabos y nos dimos cuenta de que fue a raíz de aquel incidente que él había empezado a sentirse no muy bien.

Contado así, parece magia.

Lo parece, pero en realidad es comunicación. Comunicación y mucha terapia.

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