Después de 771 años de historia, los habitantes de Estocolmo han reconocido que odian su ciudad pero que son incapaces de mudarse a otra. “Querría vivir en cualquier otra ciudad del mundo, pero cuando pienso en irme, no sé qué me pasa, que no me siento capaz”, se sincera Gunnar Richardson, un joven de 23 años de la capital sueca.
Los habitantes de Estocolmo perciben la frontera de su ciudad como un muro infranqueable que les impide traspasarla. “Aquí soy infeliz porque hace mal tiempo, no tengo libertad y me siento ahogada, pero luego, en el fondo, es una ciudad muy bonita, con buen fondo y que ha sufrido mucho a lo largo de su historia”, relata Kosovare Hurtig, una señora que lleva toda la vida viviendo en la ciudad.
Nada gustaría más a los estocolmenses que mudarse a otro sitio, pero simple y llanamente no pueden. “¿Adónde iríamos? Enseguida verían que somos unos impostores”, declaran. “La gente se daría cuenta al momento de que no somos de su ciudad y que no merecemos vivir en ella”, insisten. “Lo mejor es quedarnos en Estocolmo porque, por muy mala que sea, en el fondo ninguna ciudad nos tratará mejor que ella”, sentencian.
Mientras tanto, el Gobierno sueco sigue negociando con el alcalde de Estocolmo para establecer al fin una cantidad de dinero justa que pueda dejar libre a los 1.515.017 habitantes de la ciudad.