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Tras escuchar a un cliente hablar durante media hora de la guerra y el calentamiento global, un camarero se arrepiente de haberle preguntado si estaba “todo bien”

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«Me refería al plato, al servicio y a cosas del restaurante», ha tenido que decir finalmente Manel Martínez, el camarero del restaurante «El picaporte» de Huesca, después de aguantar 35 minutos de respuesta a la pregunta «¿está todo bien?» que le ha hecho a un comensal. «Ha sido un error garrafal hacer esta pregunta, pero es la costumbre y he tenido que aguantar una buena chapa, culpa mía», ha declarado el camarero a los periodistas.

«Sí, está todo bien… O sea, a ver… Perdón, que estaba masticando y me has pillado un poco, jeje, con la boca llena… Pues sí, todo está bien, más o menos, aunque hay cosas que se pueden mejorar, claro, claro… ¿Pero qué le vas a hacer? Te levantas cada mañana y vas a trabajar sabiendo que es un día más y estás cuatro horas en la oficina y sales a comer y luego vuelves y te vas a casa con la única idea en la cabeza de quitarte los zapatos y ponerte unas zapatillas cómodas, haciendo planes para un fin de semana que sabes que será insatisfactorio y en el que no harás ni la mitad de las cosas que quieres hacer porque perderás horas y horas mirando la pantalla del ordenador o la del móvil, que es lo mismo que haces en el trabajo, pero al menos es tu ordenador y es tu móvil, ¿sabes? La única diferencia es que no tienes que andar minimizando pantallas cada vez que pasa alguien por detrás porque no quieres que vean que no estás trabajando sino que estás mirando anuncios de zapatillas que no te vas a comprar porque no necesitas más zapatillas, pero te gusta mirarlas porque, yo qué sé, algo hay que hacer, ¿no? Miras esas zapatillas y piensas que te gustan, pero en realidad no te van a quedar bien porque tu estilo es más serio, más apagado, más gris, más cenizo. ¿Puedo hacer algo para cambiar mi estilo de vestir ahora? Pues difícilmente. Por un lado me apetecería, pero por otro me da pereza y algo de vergüenza. No me gusta cómo visto pero tampoco puedo cambiarlo ahora, porque ya es tarde para aparecer vestido como un fantoche por la oficina como si no pasara nada, como si fuera completamente normal. Es algo que tendría que haber hecho hace muchos años, cuando tenía 20 o 30 años, pero ahora ya, con 45 años, ya es un poco tarde. Y las zapatillas que paso horas mirando en el ordenador no me quedarían bien a mí, que voy de traje casi siempre, pero las miro igualmente, generando la ilusión de que las compro pero sin comprarlas. ¿Podría comprármelas aún sabiendo que no me las voy a poner? Pues sí, tengo dinero, supongo que podría comprármelas, pero tampoco quiero desperdiciar recursos así como así porque, al final, tampoco estoy eligiendo yo comprarme esas zapatillas, sino que simplemente me ha salido un banner publicitario y he caído en la trampa de pinchar encima y ver todos esos productos de consumo absurdos que no necesito. ¿Cuántos zapatos necesita una persona? Mínimo, si tienes las dos piernas, dos. Y luego quizá podrías tener dos más, para bodas y eso. Y dos más, así un poco deportivos, para salir al campo. Y basta, no hacen falta más. No habría que comprarse más zapatos, pero estamos todos en una espiral consumista absurda que está cargándose el planeta. Mínimo dos, máximo ocho. Tener más de ocho zapatos es irresponsable. Y todos, todos, todos tenemos más de ocho zapatos. ¿Pero cómo puedes parar esa costumbre consumista? No puedes pararlo. Así que te levantas, vas a trabajar, vienes a comer, pides los macarrones estos y te concentras en ellos unos minutos intentando no pensar en el cambio climático o en la guerra, porque no puedes tener todo ese horror en tu cabeza todo el tiempo, pero lo tienes, está en segundo plano, como un ruido de fondo que apenas percibes ya, como cuando lleva lloviendo todo el rato y dejas de oírlo. ¿Sabes que la gente que vive al lado de las vías del tren o del aeropuerto apenas oye el ruido de los bichos esos pasando a pocos metros de su casa? No lo oye porque se acostumbra. Y es un horror, pero no lo oyes, porque si no te volverías loco… pero eso no significa que no esté ahí todo el rato. Ahora mismo hay gente llorando porque su casa se ha caído o porque tiene, qué sé yo, las piernas atrapadas bajo las ruedas de un tanque y nadie puede ayudarles… Entonces, no sé, claro…», ha dicho el hombre sin que el camarero pudiera interrumpirle.

«Debería haberle preguntado si los macarrones y no ‘todo’, así en general, estaban bien, porque la gente se aprovecha», lamenta el trabajador de El Picaporte, que asume que los 35 minutos de charla repasando los problemas más graves de la sociedad actual fueron provocados por su pregunta y que el cliente, atenazado por la misma, no tuvo más remedio que intentar contestarle como buenamente pudo.

«Oh, sí, genial, pero me faltaría un poquito más de pan… ¡Y el queso rallado, por favor, que te lo he pedido antes, graciaaaas!», ha dicho el comensal después de que el camarero matizara que la pregunta era sobre el servicio.

Desde el Gremio de Hostelería se han distanciado de la situación vivida en este bar de Huesca y han confirmado que la norma es formular la pregunta «¿está todo bien?» o «¿cómo vais, chicos?» justo cuando los clientes están masticando o tragando para que lo único que puedan hacer sea afirmar con la cabeza o levantar el pulgar hacia arriba.

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