Puede parecer un tópico, pero a veces la perseverancia es la clave del éxito. En 2018, un cachorro de beagle apareció en una estación de servicio de Repsol situada en una autovía en el municipio de Zaragoza. Las cámaras de seguridad mostraron al coche de la familia que lo abandonó, pero no se le pudo dar caza porque en las imágenes no se apreciaban los números de la matrícula. Una placa en el collar indicaba, eso sí, que el perro se llamaba Conan. Se integró en la plantilla «sin rencores y dispuesto al trabajo desde el día uno», confirman sus compañeros.
«Durante el primer año de Conan en la gasolinera de Zaragoza, los ingresos aumentaron un 35%. Muchos conductores se desviaban de su ruta para coincidir con él», comenta un portavoz de Repsol. A la sede principal de la compañía llegaron pronto los rumores sobre la extrema eficiencia del can. «La gente empezaba a referirse a la estación como ‘la gasolinera de Conan’, por lo que el compañero llegó a posicionarse por encima de la propia marca. Pronto hubo que ofrecerle incentivos para blindar su permanencia en el grupo», señala.
En 2020, después de haber llevado a cabo un exitoso proceso de renovación de las franquicias buscando la cercanía y la fidelización en más de veinte estaciones de servicio que se lo disputaban, Conan orina en la esquina de la sede principal de la petrolera y se hace con el control entero de la compañía, ingresando más de 4000 galletas al mes.
Ahora mismo, este perro, que fue repudiado y abandonado a su suerte, es uno de los más ricos del IBEX-35, superando su patrimonio al de Pancho, el perro millonario. Hace seis meses, su antigua familia quiso recuperar el contacto. Aunque el animal movió la cola exhibiendo su entusiasmo habitual, el equipo de seguridad de la empresa echó a los traidores del despacho de Conan y los abogados de Repsol amenazaron con tomar medidas legales si volvían a aparecer.
