«¿Chupito invitación de la casa va a querer?». Este ofrecimiento, muy común en algunos restaurantes, permite a cada español ingresar una media de seis mil euros anuales con la venta de botellas de sake, licor de hierbas, de orujo o limoncello a precios muy competitivos. Los comensales se limitan a verter el contenido de los chupitos en una botella y lo acumulan para luego venderlo.
Lo que nació como una estrategia de fidelización por parte de la hostelería, incluso como un gesto de cortesía hacia los clientes, se ha convertido en una seria amenaza para los fabricantes de bebidas espirituosas. «Hay gente que aparca el camión cisterna frente al restaurante y se sienta a la mesa con una manguera conectada al depósito», denuncia Daniel Bermúdez Rodríguez, gerente del restaurante gallego «O restaurante galego».
El Ministerio de Consumo reconoce estas prácticas, a las que culpa de la persistencia de la economía sumergida en nuestro país, y añade que «es común que un mismo restaurante compre botellas de licor a sus clientes, hechas con el licor que les regaló».
Hace poco más de dos meses, España entera se rio de un comensal que pidió expresamente un chupito después del café y pagó dos euros por él.