«En serio, ¿esto es humor?», ha preguntado este mediodía una persona después de leer un artículo satírico que emplea recursos como la caricatura, la exageración o la reducción al absurdo para criticar una realidad dura e incluso desagradable, poniendo el foco en sus elementos deleznables precisamente para llamar la atención sobre ellos. «¿Se supone que me tengo que reír?», ha agregado luego esta misma persona, fingiendo confusión pero transmitiendo, en realidad, la idea de que esa sátira no debería poder publicarse.
«Habrá gente que se ría con estas cosas», asegura este lector, que no comprende los mecanismos básicos de la sátira, que ignora que el discurso humorístico puede adoptar distintas formas, no todas ellas destinadas a provocar la carcajada, y que además confunde chiste, burla, broma, ataque y humillación, como si fueran todas una misma cosa. Atribuye, además, a quienes no caen en su mismo error, una integridad moral por debajo de la suya, en un ejercicio claro de paternalismo y narcisismo.
«Se escudan en que es sátira para burlarse del débil», ha llegado a concluir, pretendiendo que su analfabetismo se traduzca en una condena moral al autor de la sátira que no ha comprendido.
Al cierre de la edición, esta misma persona ha despreciado un chiste de pedos al considerarlo frívolo y vulgar.