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Ahora que se acerca el Día de Reyes, un dilema se presenta en la sobremesa: ¿Cómo cortar el roscón para que nadie proteste por el trozo que le ha tocado y que es exactamente ninguno porque te lo has comido todo tú? Bien, pues la Filosofía puede ayudarnos a resolver este problema. Cuando tu familia te arrincone para preguntarte por qué te has comido todo el postre a solas, puedes recurrir a alguno de los siguientes andamiajes éticos para defenderte.

Zenón de Elea

La filosofía prearistotélica, aunque muchas veces primitiva y excesivamente dada al trampantojo lógico, puede convertirse en una buena aliada si te has comido todo el roscón.

Haz entender a tu familia lo siguiente: es imposible comerse el roscón, dado que este tiende a infinito. Pongamos por caso que tú, hipotéticamente, te has comido todo el roscón en la cocina, antes de sacarlo a la mesa, a solas. ¿Es siquiera esto posible? Haz entender a tu familia que, para comerte todo el roscón, primero tendrías que haberte comido la mitad del roscón. Y antes de eso, deberías haberte comido la mitad de dicho roscón (la mitad de la mitad). Y antes de eso, tendrías que haberte comido la mitad de esa parte (la mitad de la mitad de la mitad). Y antes de eso, tendrías que haberte comido la mitad de esa parte (la mitad de la mitad de la mitad de la mitad). Y antes de eso, tendrías que haberte comido la mitad de esa parte (la mitad de la mitad de la mitad de la mitad de la mitad). Y antes de eso, tendrías que haberte comido la mitad de esa parte también (la mitad de la mitad de la mitad de la mitad de la mitad). Y así, hasta el infinito, lo cual hace matemáticamente imposible que tú te hayas comido el roscón, dado que no cuentas con infinito tiempo.

Es más, por mucho que estés encima del fregadero con la cara llena de migas, ¿es posible siquiera alcanzar el roscón?

Pensémoslo por un momento: antes subirte encima del taburete y coger el roscón, que estaba encima de la nevera, deberías haberte acercado a la misma. Pongamos que de la mesa de la cocina (donde estabais todos comiendo y desde donde tú, hipotéticamente, te has desplazado hasta la nevera aprovechando un renuncio de todos para comerte el roscón a solas diciendo que ibas «un momento a fregar los platos», pese a que no llevabas platos encima) a la nevera hay ocho metros. Bien, antes de desplazarte ocho metros, deberías haber recorrido la mitad de ese espacio, es decir, cuatro metros. Y antes de desplazarte cuatro metros, deberías haber recorrido la mitad de ese espacio, dos metros. Y antes de desplazarte esos dos metros, deberías haberte desplazado la mitad de dicho espacio, un metro. Y antes de recorrer un metro, deberías haberte desplazado la mitad de dicho espacio, 0,5 metros. Y antes de eso, deberías haberte desplazado 25 centímetros… y antes de eso, la mitad de dicho espacio. Y antes de dicho espacio -«escúchame bien, yaya Felisa, no te pongas así, que lo vas a entender enseguida»- deberías haberte desplazado la mitad de dicho espacio. Y antes de eso, la mitad de la mitad. Y la mitad de la mitad de la mitad. Y aún antes de eso, la mitad de la mitad de la mitad de la mitad… Y así infinitamente. Por lo tanto, el movimiento es imposible. De tal modo que una persona no puede recorrer el espacio que va desde donde estabas tú al roscón, pues es matemática y lógicamente imposible, pues el movimiento no existe y, en todo caso, nuestros sentidos y la percepción del mundo real es posible que sean engañosos.

Por lo tanto, no hay que fiarse del hecho de que lleves la cara totalmente cubierta de azúcar y la corona del roscón en la cabeza: tú no te has comido el roscón.

Los estoicos

Tras la muerte de Aristóteles (debes explicar a tu familia) aparecieron dos grandes escuelas de pensamiento filosófico: la hedonista y el estoicismo, fundado por Zenón de Citio. El Cosmos está gobernado por leyes naturales y acontecimientos azarosos que escapan a nuestro control. El ser humano es incapaz de cambiar esa realidad, por lo que ¿no sería mucho mejor aceptar la crueldad y la injusticia que la Diosa Fortuna tenga a bien arrojar a nuestro destino?

A quien nada espera, nada le defrauda. Por tanto, ¿no era un error pretender recibir un trozo de roscón sabiendo que el mundo es cruel e imperfecto y que está habitado por personas egoístas?

Haz entender a tu familia que los infortunios que padecen (quedarse sin roscón) no son más que una circunstancia que debemos aprovechar para fortalecer nuestro espíritu. ¡Aprovechemos esa oportunidad!

Es decisión personal de cada uno decidir si desea dejar a un lado las cosas sobre las que ejerce escaso o nulo control (el hecho de que alguien ajeno, en este caso tú, se haya comido todo el roscón a solas tras robarlo de la cocina y encerrarse en el baño mientras tu familia golpeaba la puerta rogándote que no lo hicieras) y ser ajeno al dolor, a la pobreza y a la carestía. Una persona puede vivir en armonía con la naturaleza cuando decide que su ánimo no se verá influenciado por los sucesos y hecatombes de la naturaleza (quedarse sin roscón) y, muy al contrario, es menester tener la entereza mental de afrontar las calamidades con la mayor dignidad y orgullo posibles, sin quejas ni lamentos que demuestran debilidad de espíritu.

La decepción que siente tu familia por el hecho de haberse quedado sin roscón no nace de tu gesto egoísta sino de su propia percepción de dicho gesto egoísta. Por tanto, su decepción no es responsabilidad tuya.

Santo Tomás de Aquino

La teología (entre la ética aristotélica y el neoplatonismo) de Tomás de Aquino es algo compleja para explicar a tu familia durante una sobremesa, pero quédate con un dato: Santo Tomás de Aquino estaba tan gordo que en la mesa de la Abadía donde comía tuvieron que cortar un semicírculo para que pudiera encajar su barriga. Por supuesto que Santo Tomás se hubiera comido el roscón a solas.

Q.E.D.

Nicolás Maquiavelo

La filosofía política puede ser una buena manera de justificar un reparto poco equilibrado del roscón de Reyes. La mayor parte de los filósofos (de Platón a Marx) que se han interesado por la gestión de lo público parten de una idea básica: el mundo no es infinito, hay pocos recursos y el estado natural de la humanidad es una suerte de «guerra de todos contra todos». Si bien podríamos recordar a tu familia que en la República de Platón ya se deja claro que el gobernante es el «filósofo rey» (y que por tanto es esperable que sea él quien reparta el roscón, dado que los demás posiblemente no puedan siquiera entender cómo se ha hecho ese reparto), posiblemente recurrir a uno de los mayores pensadores de «la polis» de la historia de la Filosofía nos resulte más útil. Según Maquiavelo, el éxito de una nación está garantizado por la astucia de su gobernante, que debe esforzarse por garantizar el bienestar del Estado… pero también su propia gloria (comerse todo el roscón que pueda). Para conseguirlo no puede estar limitado por la moralidad. No dejes que conceptos absurdos como la «justicia» o la «equidad» te impidan comerte todo el roscón y dejar a tus seres queridos sin un trozo.

El fin, si es suficientemente virtuoso (y lo es si el roscón es de nata), justifica los medios (gritar «fuegoooo, fuegooooo» para obligar a toda tu familia a salir de casa y, aprovechando el despiste, comerte todo el roscón).

Explica a tu familia que el gobernante ha de ser feroz como un león para asustar a quienes quieran deponerle (es decir, usar el cuchillo del pan para amenazar por la fuerza a quien se queje de un reparto poco equitativo) y astuto como un zorro para adelantarse a cualquier posible rebelión y usar trampas y señuelos para gobernar según su propio parecer.

En definitiva: el roscón pertenece, legítimamente, a quien sea capaz de garantizar, por la fuerza o mediante engaños, su correcta gestión. Esto, según Maquiavelo, es la auténtica virtú.

René Descartes

El escepticismo es tu gran aliado en estas fechas.

Pongamos por caso que acabas de sacar el roscón a la mesa familiar y tienes que repartirlo entre todos. Bien, hagámonos la siguiente pregunta: ¿Existe realmente el roscón? ¿Existe realmente tu familia? ¿Cómo podemos asegurar que todo lo que perciben nuestros sentidos no es más que el agujero del propio roscón? Lo cierto es que no podemos estar seguros al cien por cien de no ser un cerebro en un tarro.

¿Comen roscón los cerebros? No.

¿Y si no somos más que un haz de sensaciones sin dimensión física? ¿Comen roscón las entidades que podrían no ser más que un conjunto de información? Tampoco.

Nuestros sentidos podrían estar engañándonos (quizá no, pero no podemos estar completamente seguros), por lo tanto, no debemos aceptar nada como cierto y sí eliminar todos los prejuicios («el roscón existe y nos lo vamos a comer entre todos»), prescindiendo de todo ese conocimiento intuitivo, banal y poco reflexionado antes de alcanzar el auténtico conocimiento.

¿Es el auténtico conocimiento no comer roscón? Puede que sí. ¿Es el ruido de nuestras tripas real? Lo percibimos como tal, pero no es más que una «percepción» y por lo tanto podría no responder a nada real.

¿Tengo cuerpo? ¿Hay un mundo exterior? No lo podemos saber con toda certeza. Sería de ignorantes no dudar metódicamente de todo. ¿Está bueno el roscón que te estás comiendo a solas mientras tu familia escucha tus razonamientos sobre epistemología articulados con la boca llena? A ti te parece que está bueno, pero no lo puedes saber realmente.

Si la cosa se pone fea y tu familia te arrincona por haberte comido todo el roscón mientras explicabas el dualismo cartesiano, culpa al genio maligno de todo.

Benedictus Spinoza

Solo hay una sustancia.

Todo lo que existe está hecho de esa sustancia única.

Esta sustancia es «Dios» o la «naturaleza».

Por lo tanto, que el roscón vaya a acabar en su totalidad en el interior de tu estómago debería ser indiferente. Es de ignorantes no entender que todos los cambios, desde el cambio de estado de ánimo hasta el cambio de la forma de una vela, son alteraciones que ocurren en una única sustancia.

Vaya, que si te comes el roscón a solas, eso es irrelevante porque sería como si todos os lo hubierais comido.

Friedrich Nietzsche

Anuncia a tu familia que Dios ha muerto, eso para empezar.

Con esa afirmación dejarás claro que el hombre, y la propia condición humana, son algo que tiene que ser superado, así como su particular concepción de la moral. ¡Ya no más moral judeocristiana! ¡Ya no más debilidad! ¡Ha de nacer una nueva condición humana: la de las personas que se afirman a sí mismas!

¿Cómo logramos esto? Esta autoafirmación se logra (y esto, lejos de ser filosofía barata cercana a la autoayuda, es más bien una revisión de la ética aristótelica, tengámoslo claro) a través del autoanálisis, observando nuestras propias capacidades y decidiendo, de forma contundente, explotarlas al máximo y desarrollarlas hasta alcanzar la excelencia. Hacer lo contrario es un signo de debilidad y es dar la espalda a la vida misma. ¿Queremos dar la espalda a la vida misma? No, claro.

¿Es comerte el roscón a solas y en seis mordiscos delante de todo el mundo, antes de que a nadie le de tiempo a reaccionar, aquello para lo que has venido al mundo? Quizá sí, quizá no… pero solo tú puedes saberlo. ¿Quién se atrevería a poner en duda tu propio autoconocimiento? ¡No dejes que nadie cometa semejante atrevimiento!

Haz entender a tu familia que, si les parece mal que te hayas comido el roscón a solas y que, de hecho, te estés atragantando, es porque son incapaces de deshacerse de una moral antigua, decadente y debilitante y que no es más que una blasfemia contra la vida misma. Explica a tu familia que, si te chillan y están profundamente decepcionados por el hecho de que un año más (y van siete) les hayas dejado sin roscón, es porque han perdido la fe en los valores superiores.

Digámoslo claro: un superhombre (el Übermensch) no repartiría el roscón.

El superhombre es la concepción nietzscheana de una forma de ser absolutamente afirmadora de la vida que puede convertirse en portadora de sentido no en un más allá, sino aquí, ahora, en la sobremesa. Valoremos el siguiente fragmento de ‘Así habló Zaraturstra’, en el que se explica una parábola sobre un pastor al que se le mete una serpiente en la boca y no sabe qué hacer. Bien, ¿qué ocurre si cambiamos la serpiente por un roscón que accidentalmente se nos ha metido en la boca mientras dormíamos?

¿Quién es el pastor a quien un roscón se le introdujo en la garganta? ¿Quién es el hombre a quien todas las cosas más pesadas, más negras (o incluso más dulces y con nata y fruta escarchada) se le introducirán así en la garganta?

Mi mano tiró del roscón, tiró y tiró: ¡en vano! No conseguí arrancarlo de allí. Entonces se me escapó un grito: «¡Muerde! ¡Muerde! ¡Arráncale la cabeza al roscón! ¡Muerde!» este fue el grito que de mí se escapó, mi horror, mi odio, mi náusea, mi lástima, todas mis cosas buenas y malas gritaban en mí con un solo grito.—

—Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco a la cabeza del roscón! ¡Y luego otro y luego otro hasta que no quedó roscón y luego escupió lejos de sí el haba! Y se puso en pie de un salto.

Ya no pastor, ya no hombre, —¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en la tierra había reído hombre alguno como él rió!

Y, ojo, que no te exijan arrepentimiento. Nietzsche creía, en un plano metafórico, en «el eterno retorno de lo idéntico»: debemos vivir nuestra vida como si fuéramos a vivirla eternamente, una y otra vez. El filósofo alemán no deja claro si cree de verdad en esta suerte de «vida cíclica», pero es una parábola que le permite dejar claro a sus discípulos que no deben arrepentirse nunca de nada, ni siquiera de haber dejado a su familia sin roscón por sexta navidad consecutiva.

Jean Paul Sartre

Explica a tu familia que las náuseas que estás sintiendo ahora mismo no tienen tanto que ver con el hecho de que te hayas comido a solas un kilo y medio de roscón, como con el hecho de que la existencia humana es desesperante y vivimos nuestra propia libertad como una condena.