«Me quemaba en la boca, lo tuve que contar». Con estas palabras se justifica el veterinario Daniel Gutiérrez, dueño de la clínica Miaulli2, en Gijón, después de que unos clientes abandonaran el local indignados por un chiste y se llevaran de vuelta a casa a su gato Bolo, al que iban a sacrificar.
El veterinario, justo antes de poner la fatal inyección, dijo, casi para sus adentros, «Bueno, pues vamos a practicarle la miautanasia». Los dueños del felino oyeron el chiste y no lo pasaron por alto. «Él miautanasiará cada semana a varios gatos, pero para nosotros era parte de la familia. Y lo que más me jode es que ya no puedo decir miautanasia de otra manera», razona uno de los propietarios del animal.
Gutiérrez argumenta que «el nombre de la clínica ya permite deducir que me gustan estos juegos de palabras chorras, pero vamos, que lo entiendo».
Afortunadamente, el chiste sobre la «miautanasia» ha salvado la vida de Bolo, que horas después del incidente, ya en su casa, experimentó una clara mejoría.
«¡Guau! ¡Menudo miaulagro!», ha comentado el especialista.
