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Montañas de manualidades infantiles sepultan a una familia en su domicilio

"No queríamos ser malos padres y por eso no hemos tirado nada nunca", dicen

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Las manualidades comenzaron a asfixiar a la familia a primera hora de la mañana hasta que los bomberos acudieron a rescatar con éxito a sus cuatro miembros. “Hemos tenido que derribar la puerta porque un marco fabricado con palitos de helado estaba haciendo palanca”, declaraban una vez dentro. “Ese marco lo hizo la pequeña en el taller de multiactividad y quedó muy bonito,” comentaba la madre con un hilo de voz desde el salón del domicilio, que ha sido sepultado por hueveras de colores, mariposas de pinzas y collares de macarrones que los progenitores no se atrevían a tirar por “no ser malos padres”, según fuentes cercanas.

“Esta mierda de dibujo, porque lo es, lleva dando vueltas por la casa desde primero de infantil”, declaraba J.M, de 42 años, cuando ha sido finalmente rescatado.

La madre, por su parte, ha confesado que llevaba tiempo queriendo deshacerse de un retrato que le hizo su hijo porque “me ha dibujado con una cabeza totalmente desproporcionada y no se parece en nada a mí”.

Una cartulina con fotos para la exposición de fin de curso, “que hice yo porque mi hija recorta fatal”, inició la avalancha de flores de Goma Eva, muñecos fabricados con rollos de papel de baño y huellas al óleo estampadas en cientos de folios, que mantuvo inmovilizados a los cuatro miembros de la familia hasta que una profesora dio la voz de alarma. “En cuanto la niña no apareció por clase en todo el día supe que una avalancha de manualidades les había sepultado en su domicilio”, aseguró. “Siguen guardando un globo desinflado con una cara pintada en 2018”.

Según el testimonio de los bomberos que accedieron a la vivienda, nunca habían visto nada parecido: “Había purpurina esparcida en casi todos los rincones, botes de cola derramados, bolitas para hacer collares, gomitas para hacer pulseras y muchas cosas pequeñitas que nadie sabía dónde guardar”.

Los niños, de 6 y 9 años, ya están fuera de peligro y amenazan con abrir el estuche de rotuladores.

“Esto no se va a acabar nunca”, vaticinaba J.M, que finalmente ha tenido que recibir asistencia psicológica en su domicilio.

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