Como cada mes de septiembre, miles de españoles cambian de domicilio y de ciudad tras dejar a sus hijos en el colegio. Sin llegar a apagar el motor del coche, los padres esperan a que sus retoños entren en el recinto escolar y luego huyen despavoridos después de haber soportado tres meses de verano conviviendo con ellos. “Una cosa es estar con tus hijos durante el año, pero en vacaciones los conoces de verdad”, reconoce Nerea Moreno Guardia desde la frontera de Portugal.
Muchos de los padres también cambian de identidad y de país por miedo a que sus hijos los encuentren. “Los niños son muy tenaces, un día perdí al mío en el centro comercial y a los dos días apareció en casa”, se sincera Moreno desde la cola de embarque del aeropuerto de Lisboa, desde donde piensa cruzar el Atlántico intentando no dejar rastro. “He comprado varios billetes de avión que no usaré, solo para confundir”, confiesa.
En estos momentos, la mayoría de los niños siguen en clase ajenos al hecho de que nadie les esperará a la salida del colegio. Los padres más experimentados los abandonan antes de que aprendan geografía. “Si no huyes antes de que cumplan los ocho, ya es muy difícil que puedas darles esquinazo”, explica un matrimonio que ha dejado a sus retoños en la escuela y después se ha dirigido con resignación a su vivienda habitual.
La estrategia de los padres contrasta con la de los profesores, que es mucho más sibilina. Cada año esperan pacientemente hasta llegar al mes de mayo, cuando se ofrecen voluntarios para acompañar a los niños al viaje de fin de curso y allí empiezan una nueva vida en otro país. Ciudades como Roma, París o Florencia están plagadas de profesores fugados de todo el mundo, de ahí los problemas de esos destinos con la gran afluencia de turistas.
