«Costó casi cien euros». Con estas palabras justifica Vicente Verdú Escrivá su decisión de esconder una microcámara en uno de los ojos de un peluche de su hijo Juan. Su intención es asegurarse de que, cuando él y su esposa salen a cenar, la canguro que cuida de su hijo no aprovecha para maltratar al peluche. «Con que se sentara encima de él en el sofá, podría deformarlo para siempre», señala.
Insiste Verdú en que «este tipo de peluches se ensucia enseguida y, si lo lavas, no quedan como antes. No me la quiero jugar y creo que estoy en mi derecho». La videovigilancia le ha permitido comprobar que, mientras la canguro y Juan disfrutaban el pasado viernes de «Holocausto caníbal» en el televisor del salón, el peluche permanecía apoyado en una botella abierta de Anís del Mono «cuya superficie suele ser pegajosa». El padre le llamó la atención a la canguro sobre este asunto, y entonces le confesó la presencia de la cámara.
«Si no confían, que no me contraten. Llevo toda la vida rodeada de peluches y sé cómo tratarlos», defiende la canguro, de 19 años, que denuncia que su intimidad ha sido mancillada. «Lo más fuerte es que, para instalar la cámara, tuvieron que arrancarle un ojo al peluche y luego pegárselo a lo cutre», asegura.
Hasta que encuentren una sustituta de la canguro, los padres de Juan saldrán a cenar con el peluche a cuestas. «No podemos encargarle al niño que asuma la responsabilidad de cuidar de él sin nadie en casa que le ayude», razona Verdú.