El pasado domingo, miles de catalanes amanecieron desconcertados en compañía de ejemplares desconocidos, en su mayoría poco interesantes, que se llevaron a casa la noche anterior sin siquiera recordarlo. Fue la resaca del Día de Sant Jordi, una auténtica orgía del mundo editorial que suele propiciar enamoramientos fortuitos y efímeros con algunas novedades a las que se juzga solo por el lomo.
«No buscaba nada serio y aquí estoy, con un ensayo de 600 páginas tirado en mi cama», lamenta Mireya Bigotes de Rata, nombre bajo el cual prefiere ocultarse «por la vergüenza que me da que sepan que me llevé esto a la cama». Mireya solo recuerda «algunos momentos borrosos, con él encima de mí, yo soportando su peso con los brazos, y no sé si lo disfruté o no, pero no creo».
Otros no tienen tanta queja. «Mi rosa sigue oliendo bien y, aunque no luce tan peripuesta como cuando la vi ayer en el Passeig de Gràcia, podría ser peor. Aunque es verdad que me duran poco porque no las sé cuidar», comenta Tania Ramis.
El caso de Fermín es quizá el más llamativo: «No sabía que me iban este tipo de cosas, la verdad, pero ayer me dejé llevar y, no sé, creo que seguiré con él», admite refiriéndose a un cuento infantil publicado hace apenas tres años.