John Jeremy, agente de la Policía, lleva desde el pasado mes de septiembre trabajando con las esposas puestas. Aunque asegura que con ellas rinde más, sus compañeros han empezado a sospechar que ha perdido la llave. “Podemos entender que le guste salir a patrullar con las esposas puestas, pero es que no se las quita ni para ir al baño”, explican.
El agente ha aprendido a conducir su coche patrulla, a teclear en el ordenador e incluso a disparar su arma con las manos esposadas, pero algunos de sus superiores empiezan a cansarse de tener a uno de sus hombres mermado. “Somos un cuerpo muy tolerante, pero nos cuesta entender que el agente Jeremy prefiera trabajar con las manos esposadas, eso no es cómodo para nadie”, lamentan.
Aunque el agente defiende una y otra vez que él las esposas se las quita cuando quiere, y que en absoluto se las puso jugando un día ni perdió la llave ni sintió entonces vergüenza ni empezó a decir que se las había puesto a propósito porque con ellas trabaja mejor, en la comisaría cada vez hay más voces que se muestran críticas con su actitud. “Tiene las muñecas en carne viva y una cara de dolor y desazón que están muy lejos de indicar que está contento con su situación”, señalan.
No es la primera vez que es objeto de chismes en la comisaría. Hace unos años ya fue criticado por pasarse cuatro meses y medio encerrado en el calabozo, pero él siempre defendió que estaba ahí para adquirir un punto de vista diferente, que en absoluto era cierto que el preso que estaba allí retenido lo encerrara antes de fugarse tras engañarle para que entrara a jugar a las cartas.
