Sin saber muy bien el motivo pero sintiendo, casi por instinto, que tiene que esperar a que sea el último momento, Fermín Blades, un niño de ocho años, está esperando a que sea medianoche para pedirle a sus padres dos cartulinas que tiene que llevar mañana al colegio sin falta. «Podría decírselo ahora pero siento, en el fondo de mi alma, que tengo que esperar a que sea un poco más tarde, a que lleguemos a un punto de no retorno en el que sea virtualmente imposible conseguir las cartulinas», ha declarado Blades, según fuentes cercanas a su dormitorio, donde espera pacientemente a que el reloj marque las doce.
«Podría habérselo dicho a las cinco de la tarde y podría habérselo dicho durante la cena, cuando aún podrían haber salido a la calle a buscar alguna tienda abierta, pero no quiero molestarles y por tanto considero que el mejor momento del día para avisarles es a medianoche, cuando ya esté todo el mundo durmiendo y yo aparezca en el umbral de su puerta, en pijama y con cara de sueño, exigiendo las cartulinas y rompiendo a llorar de puro pánico cuando me digan que mañana no podremos llevar cartulinas a clase», se justifica Blades. El niño admite que podría levantarse ahora mismo para decir lo de las cartulinas, lo que sería más cómodo para todo el mundo, pero prefiere hacerlo a las 12:00.
«Sí, me he puesto el despertador», ha detallado.
El niño confía en que sus padres, por miedo a quedar como los peores padres de su grupo escolar, sepan de dónde sacar el material escolar en plena noche.
ACTUALIZACIÓN, 02:30: La prensa ha podido saber que en estos momentos los padres están masticando los muebles de casa para tratar de convertir la madera en celulosa con su propia saliva en un desesperado intento de fabricar papel en casa.