Nervioso y con la intranquilidad propia de quien espera algo importante, Roberto Sánchez, de 34 años, lleva ya algunos minutos asomándose repetidamente a su ventana y escudriñando la calle como si fuera un policía refugiado en un piso franco buscando francotiradores, peatones que se comporten de forma sospechosa o vehículos que le llamen la atención. «Vamos, vamos… sé que estás ahí, aparecerás en cualquier momento», se le ha oído susurrar.
«Todo despejado…», ha informado Sánchez con desconfianza y temiendo que finalmente su comida no aparezca.
«Ahí está nuestro hombre… Atención a la puerta, el timbre va a sonar en 3, 2, 1…», ha anunciado el vigía.
«Mierda, mierda, falsa alarma, era un civil», ha dicho tras comprobar que el motorista que ha visto no era un mensajero sino un peatón que se dirigía a otro edificio.
Más tarde, y cuando al fin ha llegado el paquete con la mercancía, Sánchez ha atendido al mensajero abriendo muy poco la puerta para revelar solo los aspectos imprescindibles de su identidad e incluso ha fingido que estaba con más gente para que el mensajero, a quien ha pedido comida para una familia entera, no averiguara que en realidad estaba a solas.