El Príncipe Malko (nombre en clave) acudió el pasado día 25 a casa de su abuela para celebrar una comida navideña y, con el objetivo de ayudar a poner la mesa, irrumpió sin permiso en la cocina y sorprendió a la anciana abriendo un envase de tetrabrick de caldo de supermercado para echarlo a la olla. La mirada de la mujer le hizo comprender que acababa de obtener información sensible y que su vida corría peligro.
«No dije nada, retrocedí de espaldas sin dejar de mirarla y, una vez fuera de su alcance, cogí el abrigo del perchero y me dirigí a la comisaría. A las pocas horas, un juez decretó mi ingreso en un programa de protección de testigos y ahora vivo en otro país, dispuesto a empezar otra vida», declara el afectado por vía telefónica y con la voz distorsionada.
Alejado de su familia y sin poder contactar con nadie que forme parte de su pasado, el testigo protegido reza cada día para que su abuela fallezca llevándose el secreto a la tumba. «No sé si me aceptarían, tendría que inventarme algo, mis tres hijos nunca me perdonarán que haya desaparecido del mapa y nunca les podré confesar lo que vi», explica desde su escondrijo en un enclave indeterminado.
Salvo por la extraña ausencia de este familiar, la comida transcurrió sin sobresaltos y el caldo navideño de la abuela estaba, como todos los años, verdaderamente exquisito.
Al cierre de la edición, el redactor de este artículo se ha dado cuenta de que se trata de un contenido perfecto para promocionar Caldo Aneto y que se perdió una oportunidad de oro para monetizar este trabajo con la colaboración de una marca. Se habla mucho de la crisis del periodismo y muy poco de la falta de iniciativa comercial de profesionales como el que escribe estas líneas, coño.
