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Los camareros de un restaurante deciden quemar el local para que los últimos clientes entiendan que ya es hora de marcharse

UNO DE LOS CLIENTES APROVECHÓ LAS LLAMAS PARA ENCENDER UN PURO

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Pasadas ya las doce y media de la noche, los camareros del restaurante El Comidón, en Barcelona, se vieron obligados ayer a comunicar a los comensales de la última mesa ocupada que había llegado el momento de abandonar el establecimiento. Lo hicieron primero quitando el hilo musical, luego apagando y encendiendo las luces y finalmente recogiendo ruidosamente las mesas de al lado, retirando sillas y fregando el suelo. Como los últimos clientes seguían enfrascados en su conversación, los empleados, agotados y hartos, encendieron un fuego.

«Para fregar los suelos, pusimos las sillas encima de las mesas que no estaban ocupadas. Es decir, todas menos una. Pero ellos, ni caso. Así que se nos ocurrió hacer una pira con las sillas, a ver si así se daban por enterados», reconoce el dueño del local, Carlos Sobradero. Dice que usaron un soplete para flambear y que, ni siquiera cuando empezaron a arder los primeros muebles, los clientes reaccionaron.

«Ah, oye, veo que ahora ya dejan fumar», se limitó a decir uno de los comensales, que al ver el humo se animó a encender un puro. «Eso ya fue el colmo, claramente iban a su bola», recuerda Sobradero.

Pasados veinte minutos, los clientes, cuya mesa se encontraba un poco apartada del foco del incendio, empezaron a darse cuenta de que había mucho humo negro en la estancia. «¡Encended el extractor, hombre, que se os ha quemado algo!», gritó uno de ellos mientras el otro aprovechaba las llamas para encender otro puro.

Cuando el fuego había obligado al personal a salir a la calle entre toses, los cuerpos de los comensales empezaron a arder. «Oye, me parece que están cerrando», comentó uno de los clientes con la ropa carbonizada. «Pues tienen mi abrigo», apuntaba otro con la cara ya completamente deformada.

A la llegada de los bomberos, cuatro masas informes se arrastraban por los suelos del restaurante y, ya en el exterior, pedían entre gemidos que alguien les llamara un taxi. «Yo creo que vamos a necesitar dos», agregó otro cúmulo de carne y pelo incandescente poco después de soltar un eructo y apuntar que «hemos comido bien, podríamos ir a tomar la última por el centro».

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