Pese a que hace ya dos meses que caducó y es uno de los inquilinos más veteranos de la nevera después del venerable limón pocho, un postre lácteo sigue siendo conocido en el hogar familiar como «Danonino», un mote que prefiere dejar atrás porque perpetúa su infantilización. «Estoy más cerca del requesón que del yogur, ya es hora de que se me empiece a ver como lo que soy», ha insistido.
«Hace ya semanas de aquella época en la que era un Danonino, o incluso un yogurín», insiste el postre lácteo, pidiendo que le llamen Grand Suisse. «Creo que sigo aquí porque me ven tan pequeño que les da cosa consumirme, pero soy un lácteo hecho y derecho, he vivido experiencias de todo tipo», argumenta.
El postre no es consciente de que, cuando la familia asuma la edad que tiene, lo arrojará a la basura como algo inservible. «Inservible e invisible: hoy en día solo se valora la juventud, las arrugas les dan asco, en cuanto dejen de verle como un niño, se acabó», comenta un pimiento verde en proceso de descomposición, parapetado al fondo del cajón de las verduras. «Grand Suisse, dice, no sé qué se piensa, está a un paso de irse por el fregadero», agrega.
El postre lácteo considera que su presencia es «más necesaria que nunca» en una nevera «invadida por bebidas de soja y otros sucedáneos que amenazan nuestro estilo de vida y nuestras tradiciones».