La inevitable mención a la Covid-19 y sus peligros en las aulas ha terminado haciendo mella en las niñas y niños que acaban de iniciar el curso escolar.
Tras meses escuchando hablar a los adultos sobre enfermedad y muerte, los pequeños han optado por abrazar el nihilismo, esta doctrina filosófica basada en que “al final todo se reduce a nada y por lo tanto nada tiene sentido”. “Y si nada tiene sentido, ¿cómo va a tenerlo la letra B?”, se preguntaba atribulado Lucas G, de cuatro años, al abandonar el centro en su primer día de clase.
Profesoras y profesoras de infantil intentan mantenerse positivos (anímicamente hablando) pero aseguran que está siendo imposible convencer a los alumnos para realizar casi cualquier actividad porque éstos han comenzado a hacerse preguntas como “¿Para qué sirve la vida?, ¿ha muerto Dios? o ¿aquí cuándo se come?”.
Los niños de tres años que hoy debían agrupar mariquitas de tres en tres aseguraban que “todo se reduce a nada”, y una gran parte del curso de cuatro años se ha negado a cantar “En la granja de Pepito” porque “la vida carece de significado objetivo, propósito, o valor intrínseco”, algo que Pepa Castro Fernández, tutora de infantil, confiesa no haber podido rebatir. “A mí no me han preparado para esto”, comentaba visiblemente afectada.
Ante la imparable proliferación del nihilismo existencial en los centros educativos, la dirección de gran parte de los colegios ya se ha comprometido a incluir en el próximo trimestre a los filósofos alemanes Nietzsche y Heidegger, y al novelista ruso Iván Turguénev junto a los libros de texto, aunque para entonces no quede nada del ser en sí.