Cediendo a los ruegos de la oposición, y considerando las advertencias de los expertos, el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha decidido añadir la tauromaquia a la lista de servicios esenciales que deben mantenerse en activo durante la cuarentena decretada por la crisis del coronavirus. La presencia de toros bravos sueltos en las calles de algunos pueblos, buscando toreros a los que provocar, hizo saltar las alarmas.
«No tiene sentido que la gente pueda sacar a pasear al perro y nosotros no podamos sacar a torear al toro», se quejaba hace una semana el torero Miguel Abellán. Josito «Derrida» de Antequera añadía que «como no nos pongamos pronto a cortar orejas empezarán a aparecer toros con cinco o seis orejas asustando a los niños y a las viejas».
Los datos acabaron imponiéndose a las reticencias del Gobierno: en la primera semana de confinamiento, se extinguieron seis toros en Andalucía y Extremadura, una curva que «había que frenar».
La vuelta de la tauromaquia la han agradecido también las familias de los diestros, que tenían que soportar que éstos torearan al robot aspirador e intentaran cortarle las orejas y el rabo al gato. Incluso José Padilla tuvo que conformarse estos días con perder dos dedos pelando una manzana.