Diciendo que al principio da algo de pereza pero que al final “sale muy a cuenta e incluso ahorras”, Jaime Atiza, un analista de sistemas de 38 años, lleva semanas intentando convencer a sus compañeros de trabajo de las ventajas de prepararse la comida en casa y luego llevársela al trabajo junto a su propio microondas, según informan fuentes de las oficinas madrileñas de Jenkins & Co. “Es cambiar el chip”, ha explicado sudando a sus compañeros de trabajo, argumentando que “no cuesta tanto” llevar el pequeño horno a cuestas en el metro y que las comidas solo hay que planificarlas con antelación.
“Hay gente que come fuera y hay gente que se trae la comida de casa pero usa el microondas del comedor de la empresa, pero yo estoy un paso más allá”, ha explicado a sus compañeros una vez más, animándoles a hacer lo mismo que él.
Fuentes de la oficina han informado también de que Atiza muchos días sale de casa con prisas y luego malgasta todo el descanso para comer haciendo cola en el supermercado para comprar platos precocinados y en la tienda de electrodomésticos para comprar un nuevo microondas, que luego deja en el fregadero.