«El año que viene los contrato la misma noche y los despido a la mañana siguiente». Con estas palabras se prometía a sí mismo Òscar Pierre, fundador y único empleado de Glovo, que nunca volverá a celebrar solo la cena navideña de su empresa. Es el cuarto año consecutivo que el joven emprendedor olvida que sus trabajadores son simplemente «colaboradores» y ahora, además de conformarse con una cena triste y sin más compañía que la suya, tendrá que pensar qué hacer con los cientos de cestas de navidad que encargó «con toda la ilusión».
«Crees que lideras un equipo enorme de gente pero en realidad, cuando te miras al espejo por las noches, cuando atiendes al frío relato burocrático, te das cuenta de que estás completamente solo», explica el directivo.
Pierre cenó ayer una pizza con chorizo que encargó usando su aplicación y trató de convencer al joven que se la trajo en bicicleta para que se quedara a celebrar «nuestros éxitos». El «colaborador» no pudo sentarse a cenar porque tenía otro pedido «y si pierdo tiempo pierdo dinero». El directivo tuvo que darle la razón pero no le dio propina porque, en el fondo, se sintió abandonado. Y aunque trató de animarse subiendo una foto de la pizza a Instagram con el texto «Aquí de cena navideña con los #glovers», el intento fue infructuoso.
«Sé que soy yo el que no quiere una relación laboral estable y con todas las de la ley, pero en estas fechas tan señaladas se echa de menos esa falta de vínculo», argumenta. «Supongo que no se puede tener todo. O empleados fijos sin rentabilidad o beneficios que no podrás compartir con nadie», concluye.
Tumbado en su sillón Eames Lounge de casi seis mil euros, Òscar Pierre observaba esta mañana a sus «colaboradores» recorrer las calles de Barcelona bajo la lluvia. «Yo tengo el dinero pero ellos tienen un propósito, un objetivo. Les envidio, son falsos autónomos con una vida de verdad», sentenciaba con un sentimiento de desazón que se desvanecerá, como cada año, tras el próximo reparto de beneficios.