Justo antes de que su novio diera el «Sí, quiero» en el altar, Graciela Sancho abandonó ayer entre llantos la iglesia de Santa Marilia, en Ávila, gritando «No puedo, no puedo». Sin embargo, tres cuartos de hora más tarde, cuando su pareja y los invitados intentaban reponerse del chasco, la novia volvió a aparecer con ropa de calle y se acercó a la mesa de los canapés como si nada, comentando lo ocurrido con naturalidad «y como si no fuera con ella», según relatan sus amigos y familiares.
«¿Qué pasa? Todo esto lo hemos pagado, no lo vamos a dejar aquí», insistía Sancho ante las miradas de estupefacción de la gente. «Una cosa es que al final no quiera casarme y otra muy distinta que esté dispuesta a pagar todos esos canapés y no probar ni uno», reiteraba con la boca llena. «Yo no quería esto», dijo, refiriéndose a los canapés de sardina ahumada.
Sin dejar de comer y beber, la mujer fue al encuentro de quien iba a ser su marido y, sonriente, le comentó que «al final calculamos bien la cantidad de comida, y los de anchoa están de puta madre». Perplejo, el novio asintió y se retiró.
Muchos invitados, especialmente los que acudían de parte del joven, decidieron abandonar el evento como señal de protesta. Graciela Sancho se limitó a seguir comiendo mientras murmuraba «pues más comida para mí, no te jode».