La selección española conquistó ayer el segundo oro mundial de su historia jugando, eso sí, al baloncesto. Los de Scariolo alcanzaron en China la 19ª medalla demostrando que quizá, en un futuro, podrán transformar sus canastas en goles. Los «messis» de las alturas se vistieron de dioses para enseñar a los argentinos, por primera vez en la historia, cómo se hace un mate.
Hay unanimidad total entre la prensa especializada: los deportistas españoles dieron una lección planetaria en Pekín, logrando incluso que sus seguidores olvidaran que estaban viendo un simple partido de baloncesto. Las órdenes de su Robert Moreno fueron para ellos religión, y su disciplina y su habilidad táctica sin duda podrán inspirar a sus hermanos mayores, demostrando que no hay deporte pequeño si la ilusión y el esfuerzo son grandes.
La enhorabuena de los futbolistas, su mayor recompensa
La gesta de esos pequeños gigantes mereció numerosas felicitaciones, algunas procedentes del mundo del fútbol -«Felicidadeees, cracks!!, tuiteaba el exbarcelonista Iván de la Peña-, y regresaron todos a España cansados pero satisfechos, portando alrededor del cuello las medallitas doradas que decorarán la estantería de su habitación entre los cedes de Estopa, el retrato de la novia y la minicadena Sanyo.
«El siguiente reto es vencer un mundial sin tocar el balón con las manos», declaraba hoy el entrenador, demostrando que el sueño no acaba aquí y que la portería se encuentra cada vez más cerca.