«La sociedad nos adoctrina desde que nacemos y nos enseña que allí no se pueden meter los dedos. ¿Por qué? Simplemente no preguntamos». Con estas palabras defiende Roberto Corolla, de 50 años, su insistencia en acercarse a un enchufe cuando nadie está mirando para meter los dedos en él «y ver qué pasa». Reconoce, sin embargo, que siempre que lo intenta alguien de su familia o un compañero de trabajo lo detiene con una palmada en la mano «y una bronca que ya no tengo que aguantar a mi edad».
«Dicen que puedes morir, que da calambre. A mí esto me suena a cuento chino para asustar a los niños, pero ya no soy ningún niño», insiste.
El piso en el que vive Corolla tiene todos los enchufes tapados con protectores de plástico y los familiares de este señor, que se define como «un curioso por naturaleza», no le quitan el ojo de encima. «Vivo rodeado de supersticiosos, no entienden que la ciencia avanza porque siempre hay alguien que se cuestiona sus propios miedos», argumenta él, aunque dice que «respeto sus temores y procuro no alimentarlos porque sé que lo pasan mal».
Corolla explica que su esposo Francisco le hizo prometer «que no metería los dedos en ningún enchufe, ni en el trabajo ni en un restaurante ni en ningún sitio». Una concesión que intenta respetar, salvo momentos de debilidad, «por amor y nada más que por amor». Pero reitera que «el bebé que llevo dentro sigue insatisfecho, sigue hambriento de saber y necesita ver qué pasa con esto de los enchufes».
El día de su 50 cumpleaños, el marido de Roberto le regaló un enchufe para que metiera los dedos en él sin riesgos. «No es lo mismo, no está empotrado en la pared ni conectado a la red eléctrica, pero es verdad que me calma cuando ya no puedo más», asegura. Corolla está convencido de que, «cuando el médico me diga que me quedan dos telediarios», se arriesgará y dará un paso al frente. «Si muero, quiero que sea con los dedos en un enchufe, respondiendo a la pregunta que llevo haciéndome desde que tengo uso de razón. ¿Qué ocurrirá? ¿Qué hay al otro lado? No dejaré este valle de lágrimas sin una respuesta para ese bebé que un día fui», sentencia.