Profundamente frustrada ante un destino implacable y contra el que ningún humano podría hacer nada, una vecina ha expresado su fastidio por el hecho de que la puerta del ascensor haya empezado a cerrarse y tú vayas a tener que esperar a tu turno para poder usarlo mientras ella hacía exactamente cero gestos, intentos o gestiones por detener el cierre de las puertas. “Oh, oh, lo siento no te había visto, nooooo… Es demasiado tardeee… Ah… Oh, vaya, vaya… Se están cerrando, no, no, nooooooo”, ha exclamado la vecina, completamente desolada por no poder esperarte pero sin que eso le haya hecho apretar un botón y frenar el cruel cierre de las dos hojas metálicas.
Según los testigos [tú], la vecina solo tenía que mover un centímetro sus brazos para que el ascensor detectara el movimiento y abriera de nuevo sus puertas; sin embargo, por algún motivo no ha podido hacerlo, probablemente debido a la sorpresa de sentirse atrapada e inútil ante una maquinaria kafkiana e inflexible, ajena a la voluntad de los hombres.
“Ay, ay, se cierra”, ha reiterado la vecina mientras decía en su interior “Ahí, ahí, rápido, cierra, cierra”.
“Bueno, en fin… jajaja, vaya”, ha repetido la vecina aprovechando el último segundo de comunicación antes de que las puertas se cerraran para siempre, un suceso que, por la expresión de [falsa] frustración de la mujer, parece que marca el inicio de la rebelión de las máquinas contra la humanidad.
Al cierre de la edición, un tercer vecino ha informado de que se te ha podido ver pulsando el botón del ascensor frenéticamente y ayudando a las compuertas con las manos para que se cerraran más rápido cuando has escuchado que él se acercaba por el pasillo.