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“Si no sacan el provechito no me quedo tranquilo, yo quiero que estén a gusto”. Con estas palabras se justifica el chef de este local de Reus, Antonio Martín, su costumbre de abrazar a sus clientes y no soltarlos hasta que han eructado en su espalda. Aunque la costumbre molesta a muchos comensales, a otros les recuerda su más tierna infancia. “A veces se me quedan dormidos y me dejan el delantal lleno de babas”, dice el cocinero.

El chef tiene también la costumbre de pedir a los camareros que ayuden a los comensales a cortar la comida en pequeños trozos para que no se atraganten. «No entiendo por qué hay gente a la que le molesta, yo sólo intento que estén lo mejor posible. Y lo del avioncito ya no se lo hacemos porque entendemos que son personas adultas», argumenta Martín.

Una vez sancionado, el dueño del local no sabe si seguir con el negocio «porque yo necesito cuidar del cliente y, si no me dejan, no le veo la gracia al asunto».