Según fuentes cercanas al joven de izquierdas Alberto Gómez, su principal preocupación en este momento es la posibilidad de no caerle bien a la mujer latina que le limpia el piso. La señora, que acude dos veces por semana a su domicilio, mantiene una cordialidad distante que exaspera a este joven de 29 años, pues a él le gustaría tener una relación mucho más fluida con la mujer.
“Los dos pertenecemos a la clase obrera”, explica Gómez, al que incómoda profundamente tener a una trabajadora, como lo es él, limpiando en su casa mientras él se dedica a jugar a la consola o a revisar Instagram. “Lo ideal sería que los dos nos dedicásemos a descansar, pero alguien tiene que limpiar”, reconoce. “Me entristecería que me viera como a un conservador, cuando yo me esfuerzo por ser amable con ella, incluso cuando ella no limpia todo lo bien que debería”, añade.
El joven, consciente de la precaria situación que vive el sector de la limpieza del hogar, alienta a su asistenta a rebelarse y a limpiar a fondo el desagüe de la ducha porque “las revoluciones se empiezan desde abajo”. Gómez quiere que su sirvienta se levante ante las injusticias que vive su gremio y que, si hace falta, utilice la escalera para limpiar bien las ventanas. “Sería triste que me viera como a un explotador cuando estoy creando puestos de trabajo”, reivindica. “Si le pago en negro es por hacerle un favor”, sentencia.
«Preferiría que el señor se callase la boca y me dejase trabajar», se limita a decir la empleada.