Raquel Ramírez, una joven de Pamplona de 32 años, lleva siete años bostezando dentro de un ascensor. Cuando subió, en 2010, cometió el error de mirarse al espejo mientras realizaba el bostezo. El efecto “contagio” provocó una cadena de inspiraciones que todavía no ha podido detener.
Su madre, Francisca Martos, lleva todo este tiempo intentando que su hija recupere la normalidad. “Le he dado todo tipo de sustos”, narra entre lágrimas. “Le conté lo de Donald Trump y ni por esas”, dice.
La joven no es capaz de articular más de tres palabras seguidas antes de que un nuevo bostezo la interrumpa. “Me cago en…”, declaró a los medios. “Esto es una…”, añadió antes de dar una nueva bocanada. La única frase que es capaz de pronunciar es “Matadme, por favor”.
Los bomberos han acudido a su rescate en numerosas ocasiones pero, cada vez que abren la puerta del ascensor, ellos mismos entran en un bucle de bostezos que ya ha causado más de 30 bajas por desencaje de mandíbula.
Los vecinos, cansados de contagiarse cuando usan el ascensor, han optado por utilizar un sistema de ventosas atadas a pies y manos para subir los 15 pisos del edificio.