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La muerte de Elizabeth Taylor deja a un turolense sin alicientes para masturbarse

PREFIERE RENUNCIAR AL SEXO PARA NO MANCILLAR SU MEMORIA

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Anatalio Comín, de 86 años, ha recibido con absoluta desesperación la pérdida de la actriz Elizabeth Taylor. El anciano turolense se declara admirador de la artista «en lo cinematográfico y en lo personal» y asegura que su muerte es irreparable «porque no ha habido ni habrá divas del celuloide tan bellas, tan íntegras y con tanta capacidad de lucha. Por eso mismo dejaré de masturbarme. Por respeto hacia ella y porque no podría hacerlo pensando en otra mujer».

Comín afirma que, como actriz, Taylor ha tenido una carrera «mucho más variada y extensa en mis propios pensamientos que en la vida real». Piensa, sin embargo, que esta trayectoria artística paralela debe cesar «para no mancillar su memoria». Los planes de Comín incluyen a partir de ahora la práctica continuada de ejercicio «y beber mucha agua para distraer los arrebatos de pasión a los que gustoso sucumbía». El anciano anuncia, eso sí, que antes de «cerrar el grifo» rendirá a su amor platónico un último homenaje. «Va por ti, Liz de mi vida», exclama con emoción.

La noticia ha preocupado a los vecinos y familiares de Anatalio Comín, que temen ahora que el hombre «se ponga muy pesado» al no disponer de una vía de escape para su sensualidad. «Espero que lo que le hacía a Elizabeth Taylor en sus ensoñaciones no pretenda hacérmelo a mí porque ni soy actriz ni estoy dispuesta a abandonar a Hugh Grant por él», advierte la mujer de Comín.

Para tranquilizar a su entorno, Anatalio insiste en que «mi deseo yace bajo tierra desde el mismo instante en el que la diosa de mirada violeta dejó de estar entre nosotros». Admite, pese a ello, que la presencia constante de la imagen de la actriz en los medios de comunicación «no me está ayudando a reconstruir mi vida». Aunque dedica gran parte de su tiempo a recortar las fotografías de Taylor que aparecen en los periódicos, Comín promete que «ninguna de ellas entrará en el baño, en el coche, en el fregadero, en el almacén de la marisquería ni en ninguno de los lugares en los que acostumbraba a recrearme en su magnética personalidad».

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