Héctor Raimat, de 34 años, fue sorprendido ayer susurrando «¡Toma!» en un ambulatorio de Murcia tras ver caer a un niño que correteaba por los pasillos de la sala de espera. En uno de sus torpes paseos, el infante tropezó, se cayó al suelo y arrancó a llorar. Dos personas pudieron oír cómo Raimat se regocijaba discretamente y le reprendieron públicamente hasta que fue necesaria la intervención de los guardias de seguridad. «Aunque el niño no dejaba de molestar, yo en realidad no me alegré de que se cayera. Decir ‘¡Toma ya!’ fue una reacción de mi cuerpo. De hecho, pensé en levantarme y todo para ayudar al niño pero para entonces ya estaba recibiendo golpes de una señora que me llamaba monstruo», explica el hombre.
«Lo dijo susurrando, como para sí, pero lo oí clarísimo. Dijo ‘¡Toma!’ y se quedó mirando muy serio al niño mientras éste lloraba en el suelo. ‘¡Toma!’, con toda frialdad, como esperándolo» comenta Mariela, una de las ancianas que había en la sala de espera. Aunque no fue de las primeras que agredió a Héctor, al final se animó con un par de patadas. «A mí es que no me faltan muchas excusas para desenroscarme la pierna ortopédica y liarme a dar mamporros», admite la mujer.
«Es cierto que a veces ves caer las cosas y da como gustito, como cuando derriban un edificio o un accidente en la autopista rompe la rutina del viaje. Pero hombre, un bebé es distinto», concluye Mariela. Lo cierto es que, mientras las ancianas intentaban darle una lección a Héctor, el bebé continuó llorando en el suelo durante unos minutos sin que nadie le hiciera el menor caso.
Héctor Raimat se defiende diciendo que, al menos, su «¡Toma!» no fue un «¡Tooomaa!» de los que se dicen «cuando alguien marca un gol». Según él, «estamos hablando de la constatación de un hecho, en este caso un bebé golpeando el suelo».