Según explican, todo el mundo se quedó en silencio contemplando al animal «hacer lo suyo» o desviando la mirada hacia teléfonos móviles u objetos de decoración del salón. «Lo único que se podía oír era el frota frota de la rasposa lengua limpiando sus pequeñas bolitas. Y el bicho estuvo un buen rato, la verdad» explica otro de los presentes.
Cuando el gato terminó, miró a todo el mundo con indiferencia y se marchó. Nadie tenía ya ganas de reanudar la conversación y, tras algunos carraspeos y unas risas nerviosas, las visitas se marcharon. «Es que es un gato muy suyo. Recuerdo que una vez estábamos mirando ‘Toro Salvaje’ en la tele y empezó a oler como el infierno. Y allí estaba él, mirando al infinito y como pensando algo importante, disimulando. Ahora no puedo ver ninguna película de Scorsese sin sentir náuseas», explica el dueño de Calcetines.