Según datos de la Policía, el murmullo de risitas tontas fue trasladándose de la mesa 12 del restaurante El Mexicano de la calle Arizala hasta alcanzar el Camp Nou, rodearlo y subir por la calle Maternitat. Al final de ésta, los familiares del difunto no pudieron evitar contagiarse. “No puedes parar, no sabes qué te pasa que no puedes parar. El tío Fernando incluso pedía que lo matáramos porque lo estaba pasando mal y sentía que le estaba faltando al respeto a su hermano muerto”, explica uno de los asistentes al funeral.
Nadie puede prever, ni siquiera los científicos, hasta dónde llegará esta ola de jolgorio de baja intensidad. La epidemia -algunos ya la catalogan como tal- ha superado a estas alturas el barrio de les Corts y ha sumido a media Barcelona en un incómodo estado de risa floja. “Voy paseando por la calle mirando al suelo porque si miro a los demás es que me meo. Estamos todos igual, como si fuéramos cómplices de haberle gastado una broma a alguien y no pudiéramos aguantarnos la risa”, explica una mujer.