«Soy funcionario de prisiones desde hace dieciocho años y he visto de todo, pero esos ojos de corderito degollado transmiten una bondad que entiendo que haya ablandado el corazón de la gente», explica Jaime Rosado, que condena los brutales delitos de Quiñones pero insiste en que «su carita dice claramente que ha cambiado, que ha aprendido la lección y que sólo necesita cariño, comprensión y un hogar».
Quienes no han tenido el privilegio de dejarse seducir por la mirada tierna del joven delincuente condenan enérgicamente la falta de profesionalidad de los jueces y del personal penitenciario. «Es muy probable que con esos mismos morritos atraiga a los animales que luego utiliza como proyectiles para el mal» afirmaba esta mañana el psicólogo Martín Mahonda, experto en trastornos relacionados con animales, gargantillas y otros.
Mientras en el centro penitenciario Alcalá-Meco -donde se encontraba hasta ahora Tony Quiñones- los presos «hacen morritos» frente al espejo, varias asociaciones ciudadanas expresan su rotundo malestar. Dolores Parmalat, portavoz en España de la protectora de animales PETA, asegura que «habiendo tantos animales con cascarón repartidos por el mundo, y no me refiero sólo a las almejas, ese señor tuvo que centrarse en perritos, castores e incluso palomas atadas a piedras. No eran especies preparadas para afrontar el impacto contra un cristal blindado. Que levante la mano quien lo esté, porque desde luego yo no».