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Muere el último perro aristócrata de España

era el último descendiente de un antiguo linaje

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El Marqués del Pipican pasó sus dos primeros años de vida en un exclusivo colegio inglés, donde aprendió a mirar con condescendencia, ladrar con acento y, en definitiva, a adquirir los exquisitos modales que le caracterizarían en la adultez. Tras la muerte de su madre, la duquesa de Purina Dogchow, Pipo de Vilardell se instalaría definitivamente en la capital española.

En su última etapa vital, Pipo evolucionó políticamente del socialismo de su primera juventud al monarquismo familiar y llegó a declararse juancarlista. «Sentía un gran aprecio por Su Majestad y cada vez que salía por televisión nos mandaba callar de un ladrido» comenta su cuidadora, la marquesa de Sotocampo. «Siempre pedía que le lanzáramos fotos del Rey y él iba corriendo a buscarlas para traérnoslas moviendo la cola altivamente».

Enfermo desde hacía algún tiempo, Pipo ya no podía lamerse los genitales como el resto de perros. «Nunca le importó demasiado porque creía que era una costumbre un tanto ajena a la aristocracia, pero su incapacidad se debía a una enfermedad endogámica que le impedía controlar su musculatura como hubiera deseado», explica la marquesa. «De hecho, esa misma patología le impedía caminar en línea recta y siempre andaba en círculos sin llegar a ninguna parte. Por este motivo cada vez salía menos y prefería recluirse en casa, donde disfrutaba aullando sobre las óperas de Verdi que le poníamos».

Numerosas instituciones, entre ellas la Comunidad de Madrid, han lamentado la muerte del animal, al que se considera «un madrileño más, dado que escogió esta ciudad para vivir y pasear honrando nuestras farolas con sus orines». El Ayuntamiento emplazará una estatua conmemorativa en una esquina de la Gran Vía en la que Pipo solía defecar asiduamente. Sus restos mortales serán trasladados mañana a Mallorca, donde serán enterrados junto a su mantita de piel y a un cetro de goma que acostumbraba a morder.

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