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«Soy adicto a los centros de desintoxicación»

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Juan Gorolaide dice que lleva enganchado «a las cosas» desde hace trece años. Primero empezó con los porros, luego con el alcohol, siguió con el Valium y, finalmente, tras visitar numerosos centros de desintoxicación, se percató de que en el fondo estaba enganchado a las terapias. «Cuando me dan el alta me siento abandonado, así que busco nuevas adicciones. Ahora me ha dado por doblar esquinas. Me pongo en una esquina de cualquier calle y, ¡Zas!, la doblo. Nunca sabes qué habrá al otro lado. No puedo parar», confiesa Gorolaide.

El entrevistado ha insistido en invitarme a comer a un bar que hay cerca de su casa. «Me pasaba el día aquí hace unos años. Lo típico: me enganché a las máquinas. Lo que pasa es que me curaron jodidamente pronto, así que me hice adicto a otra cosa. A desenvolver objetos, concretamente. Compraba la tira de cosas en los centros comerciales, pedía que me las envolvieran para regalo y luego, allí mismo, delante de los dependientes, lo desenvolvía todo. Sentía un placer como sexual, no sé. Aún se acuerdan de mí en la Fnac de Callao. Un chico me susurró al oído: ‘Me gustaría envolverte a ti con ese papel de regalo y luego tirar tu cuerpo al Manzanares’. Aquello me puso muy cachondo», explica mientras engulle unas croquetas de pollo a las que, por supuesto, también llegó a engancharse.

«¡Juanito! ¿Viniste en taxi hoy?» le grita el encargado del local. Juan niega con la cabeza y luego me aclara que hace dos meses recorría las calles parando taxis. «Veía un taxi y era incapaz de dejarlo pasar. La sensación de que puedes controlar al taxista levantando el brazo, de saber que él dejará lo que está haciendo para acercarse a ti y pararse, es flipante. Luego abría la puerta del coche y les decía: ‘Perdón, perdón…’. Hacía como los pescadores con los peces pequeñitos, que los dejan ir». Esta adicción le costó cara el día en que varios taxistas decidieron seguirle hasta el bar en el que nos encontramos. «Me dieron una paliza de la que aún se acuerdan todos los de aquí. A raíz de aquello me volví adicto al algodón. La sensación de tener como nubes metidas en la nariz es algo especial», afirma.

Como no percibo en el entrevistado ningún interés en salir de este bucle en el que se encuentra, le pregunto si los expertos están al tanto de su situación y si existen tratamientos para la adicción a los tratamientos. «Es meritorio», me contesta. «¿Meritorio?», le pregunto. «Sí, me encanta decir que algo es meritorio, especialmente cuando me hacen una pregunta directa. ¡Es meritorio! ¡Es incierto! Ese tipo de expresiones me encantan. ‘No os óbice, esto no es óbice, jajaja'», exclama. Luego se levanta y se escapa corriendo sin despedirse y sin pagar la cuenta. Le pregunto al dueño del bar si lo de escaparse es también una de las adicciones de Juan. «Juan no es adicto a nada. Sólo a tomar el pelo a los periodistas», me responde.

Bar Composición Número Uno.

– Croquetas de pollo.
– Arroz a la cubana.
– Plátano.
– Café.

Total: 12€.

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