Zapatero no ha podido negar que lleva un tiempo cocinando kebabs y shawarmas. Aún y así, ha intentado dignificarse pese a estar cubierto de manchas de grasa y vestir un delantal encima del traje: «Los shawarmas, en el fondo, son el símbolo de la Alianza de Civilizaciones porque a través de la comida se puede llegar a hermanar países y culturas. Los magrebíes se ganarán a los españoles por el estómago: por muy racista que seas, cuando ves que puedes quedarte lleno por dos euros percibes que ahí hay algo bueno. Algo bueno aunque no sepas ni de qué carne está hecho. Pero qué importa eso si puedes acompañarlo con hummus o con esa otra salsa hecha con yogur», ha dicho mientras su jefe le pedía que mantuviera limpia la barra y que cortara tiras de lechuga en juliana.
Los periodistas le hacían fotos a Zapatero mientras atendía a los clientes, la mayoría estudiantes con pocos recursos económicos. «Yo hace días que vengo y no me había percatado de que era él porque antes ponía acento moruno. Supongo que como ahora le han descubierto ya no se molesta en disimular», comenta un joven con chaqueta de cuero y cabello largo. «Si lo piensas, es justo poner a políticos españoles a trabajar en shawarmas porque también hay muchos bares de toda la vida que empiezan a ser regentados por chinos. No sé, esta multiculturalidad es bastante molona pero yo creo que habría que poner un poco de orden en esto porque si uno va a un chino espera encontrarse chinos, a un italiano, italianos… y si uno va a un kebab espera encontrarse quebaqueses o como se llamen estos señores morenos del Magreb».
Abdul, el actual jefe de Zapatero y dueño de «Kebab Amigo», cree que ha tocado techo en cuanto a sus aspiraciones. «Soy el jefe del presidente de España y eso es como ser el jefe de todos los españoles. Pese a todo, no tengo derecho a voto. Es paradójico y da que pensar», explicaba a los periodistas.